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Los centros de hidrógeno ponen a prueba las nuevas normas federales de justicia ambiental

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Tuesday, November 12, 2024

Esta es la primera parte de una serie de dos entregas. Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEn un día lluvioso de septiembre, Veronica Coptis y sus dos hijos se pararon a orillas del río Monongahela, en un parque cerca a su hogar, observando cómo un par de barcazas cargadas con montones de carbón desaparecían por la ribera.Haz clic aquí para leer este reportaje en inglés. To read and watch a version of this story in English click here.“Me preocupa que no están teniendo en cuenta la cantidad de tráfico industrial que este río ya carga y cuánto más va a agregar el centro de hidrógeno”, le dijo Coptis a EHN.Coptis vive con su esposo y sus hijos en Carmichaels, en Pensilvania, un pueblo otrora dedicado al carbón cercano a la frontera con Virginia Occidental, con unos 434 habitantes. La autoridad hídrica local usa al río Monongahela como fuente de agua. Contaminantes asociados a la actividad industrial y potencialmente cancerígenos, como el bromodiclorometano, cloroformo y dibromoclorometano, se han detectado en el agua potable de la comunidad.Coptis creció rodeada de mineros del carbón, pero se convirtió en una activista contra este mineral y el fracking después de ser testigo de los daños ambientales causados por la industria de combustibles fósiles. Ahora, ve una nueva batalla en el horizonte: el Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches, una extensa red de infraestructura que usará principalmente gas natural para crear hidrógeno, que luego será usado como combustible. Se espera que parte del nuevo centro de hidrógeno sea construido en La Belle, que está a unos 30 minutos en auto hacia el norte del río Monongahela desde su casa.“Me preocupa mucho qué tan grande va a ser este complejo industrial y cómo serán sus emisiones, y si va a aumentar el tráfico en el río y las carreteras”, dijo Coptis, quien trabaja como consejera senior en la oenegé climática Taproot Earth. “También me preocupa que, debido a que esto va a ser hidrógeno azul, aumente la demanda de fracking, y yo ya vivo rodeada de pozos de fracking”.El Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches es una de las siete redes de este tipo de infraestructuras propuestas hace un año y financiadas con fondos federales. Son una iniciativa que nació de la Ley Bipartidista de Infraestructura que la administración de Biden logró pasar en 2021. El hidrógeno creado en los centros, que provendrá tanto de fuentes renovables como de combustibles fósiles, será usado por industrias que son difíciles de electrificar, como la siderurgia, la construcción y la producción de petroquímicos.Los centros apoyan el objetivo de la administración de Biden de alcanzar cero emisiones netas de carbono en todo el país para 2050 y lograr una red eléctrica 100% “limpia” para 2035. Los siete centros de hidrógeno, que están en diversas etapas de desarrollo pero en su mayoría están en la planeación y la selección de sitios, fueron considerados como proyectos de energías limpias bajo la administración de Biden, incluyendo aquellos que usarán combustibles fósiles para la producción.En marzo y mayo, Coptis asistió a unas sesiones de escucha organizadas por los socios industriales del proyecto y por el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés), que es la entidad encargada del desarrollo de los centros y de repartir los $7 mil millones en fondos federales para ellos. Esperaba que las sesiones le dieran respuestas, como por ejemplo exactamente donde se ubicaran las instalaciones y qué pasaría en ellas. Sin embargo, salió con aún más preguntas. Las aplicaciones iniciales que los socios industriales presentaron ante el DOE, que incluyeron cronogramas, costos estimados, detalles de las posibles ubicaciones y estimaciones de los impactos en el medio ambiente y la salud, fueron mantenidas en secreto por la agencia a pesar de las frecuentes peticiones de los miembros de la comunidad para que se compartieran esos detalles.“El Departamento de Energía y las compañías involucradas no han sido transparentes”, dijo Coptis. “No es posible que las comunidades demos aportes significativos sobre los proyectos cuando literalmente no sabemos nada sobre ellos”. En 2023, la administración de Biden logró aprobar una serie de políticas federales históricas que le ordenaron a 80 agencias nacionales priorizar la justicia medioambiental en todas sus decisiones. El DOE prometió ser un ejemplo a través de los centros de hidrógeno, pero, hasta ahora, esto no ha sucedido, de acuerdo con más de 30 miembros de las comunidades potencialmente afectadas y activistas con los cuales EHN habló. Afirman que los detalles siguen siendo confusos, que las consultas públicas sólo se planifican después de que los socios de la industria ya han recibido millones de dólares en fondos públicos y que las comunidades no intervienen en la toma de decisiones.“Las promesas que el DOE ha hecho no han sido cumplidas, de acuerdo con la definición de justicia ambiental de la misma entidad”, dijo a EHN Batoul Al-Sadi, un asociado senior en Natural Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambientalista nacional que ha estado presionando para que haya una mayor transparencia en los centros de hidrógeno. Nuestra investigación también encontró que:En las sesiones iniciales de escucha sobre los centros, 95 de los 113 comentarios públicos que fueron presentados expresaron oposición a los proyectos.49 de los 113 comentarios expresaron preocupación sobre la falta de transparencia y participación significativa de las comunidades.Más de 100 grupos ambientalistas regionales y nacionales le han enviado cartas al DOE pidiéndole mayor transparencia y mejoras en sus procesos de diálogo con las comunidades.Las comunidades no tienen el derecho de rehusarse a la llegada de los centros de hidrógeno si se prueba que los daños serán mayores que los beneficios.El DOE no se está adhiriendo a sus propios planes de participación comunitaria, de acuerdo con expertos y activistas.“Hoy, las regulaciones [federales de justicia ambiental] están mejor que nunca”, dijo a EHN Stephen Schima, un experto en regulaciones ambientales y consejero legislativo senior en Earthjustice. “Las agencias tienen la oportunidad de hacer esto de forma correcta… solo es una cuestión de implementación, que ha probado ser un gran reto hasta ahora”.Ante nuestras preguntas sobre la transparencia y la participación comunitaria en estos procesos, el DOE respondió a EHN que la agencia “está enfocada en conseguir que estos proyectos sean seleccionados para negociar su adjudicación oficialmente ... Una vez adjudicados, el DOE dará a conocer más detalles sobre los mismos”.Los residentes de las siete comunidades de los centros de hidrógeno temen que, una vez se hayan distribuido millones de dólares en financiación federal para estos proyectos, sus aportes serán irrelevantes.En julio, los centros de los Apalaches y de California ya habían recibido cada uno $30 millones de dólares y el centro del Pacífico Noroeste ya había recibido $27,5 millones en fondos federales. La financiación para el resto de centros sigue en trámite. En total, se prevé que los siete centros planeados recibirán unos $7 mil millones de dólares en fondos públicos federales.Jalonne White-Newsome, la jefa de justicia ambiental del Consejo de la Casa Blanca para la Calidad Ambiental, dijo que es consciente de que las comunidades están frustradas por los centros de hidrógeno. “Paso mucho tiempo trabajando con nuestros colegas del Departamento de Energía [y otras agencias federales] asegurándonos de que estamos apoyando la llegada segura de estas tecnologías”, White-Newsome le dijo a EHN. “Sigo escuchando de muchas formas distintas las preocupaciones de las comunidades: que no hay transparencia, que no hay suficiente información, que hay miedo a la tecnología”.“Entiendo todas esas preocupaciones”, dijo White-Newsome, quien añadió que el Consejo Asesor de Justicia Medioambiental de la Casa Blanca creó un grupo de trabajo de líderes de justicia medioambiental de todo el país para abordar las tecnologías de captura de carbono y el hidrógeno, y está trabajando con un equipo interno, incluidos los socios de la agencia federal en el DOE, “sobre cómo abordar todas las cuestiones que ha planteado este organismo”.Los activistas temen que estas medidas sean insuficientes.“Incluso si éste fuera el mejor proyecto de energía verde, no contaminante y más renovable que llegara a los Apalaches, este proceso no se está ajustando a los principios de justicia ambiental”, señaló Coptis.Justicia ambiental y preocupaciones por la contaminación Los centros de hidrógeno fueron presentados como una bendición para las comunidades afectadas por la injusticia medioambiental que les traería empleos y desarrollo económico, una reducción en la contaminación aérea producto de un menor uso de combustibles fósiles y la promesa de convertirse en protagonistas de la transición energética en Estados Unidos.Pero más de 140 organizaciones por la justicia ambiental han firmado cartas públicas resaltando las formas en las que la energía del hidrógeno podría prolongar el uso de combustibles fósiles, crear riesgos y empeorar la contaminación del aire local, de acuerdo con un reporte publicado por la EFI Foundation.Los centros del Atlántico Medio y del Medio Oeste prevén utilizar energías renovables y energía nuclear además de combustibles fósiles, mientras que los centros de California, el Noroeste del Pacífico y Heartland prevén utilizar combinaciones de energías renovables, biomasa y energía nuclear. Los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo prevén utilizar principalmente combustibles fósiles.Los centros de hidrógeno serán una densa red de infraestructuras que se extenderán a lo largo de vastas regiones geográficas. Muchos de sus componentes están siendo planeados para aterrizar en comunidades que han sido desproporcionadamente afectadas por la contaminación (principalmente producto de la extracción de combustibles fósiles), para aprovechar la infraestructura ya existente. Por ejemplo, la región del Canal de Houston, el Inland Empire en California y el noroeste de Indiana incluyen comunidades afectadas por la injusticia ambiental y todas están esperando la llegada tentativa de infraestructuras de los centros de hidrógeno. Las tres regiones figuran entre los peores lugares del país en cuanto a contaminación atmosférica. El DOE ha dicho que los proyectos solo serán premiados si demuestran que tienen planes para minimizar los impactos negativos y para proveer beneficios para estas comunidades, pero hasta ahora las poblaciones que están esperando la llegada de los centros de hidrógeno dicen que no han visto ningún tipo de información sobre cómo los socios de los proyectos planean hacer esto (alguna información ha sido compartido en el plan de beneficios comunitarios en el de California). La gente está preocupada de que los centros añadan nuevas fuentes de contaminación industrial a las comunidades ya contaminadas, mientras que los datos sobre los impactos acumulativos de las redes existentes y ampliadas de infraestructuras energéticas siguen siendo escasos. Las preocupaciones sobre los riesgos de salud son especialmente pronunciados alrededor de los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo debido a su gran dependencia de los combustibles fósiles. EHN escuchó voces preocupadas por las nuevas emisiones procedentes del tráfico de camiones y barcazas, el posible uso del dominio eminente para confiscar propiedades privadas para construir oleoductos, el riesgo de que los oleoductos exploten o tengan fugas y el aumento de las emisiones de óxido de nitrógeno procedentes de la combustión final del combustible de hidrógeno, que contribuiría a aumentar los niveles de contaminación por partículas y ozono. La exposición a este tipo de contaminantes se ha relacionado con múltiples efectos negativos, incluyendo un aumento en el riesgo de cáncer, enfermedades respiratorias y del corazón, nacimientos prematuros y bajos pesos al nacer.También hay preocupaciones por la dependencia de estos centros de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, las cuales son necesarias para transformar combustibles fósiles en hidrógeno, pero no serán necesarias en aquellos centros que no usen combustibles fósiles para su producción.La tecnología de captura del carbono es controversial, pues muchos expertos y activistas la consideran una forma de prolongar el uso de combustibles fósiles y han expresado que esta tecnología podría empeorar el cambio climático debido al enorme consumo energético que requiere su implementación. Adicionalmente, debido a que el CO2 capturado contiene sustancias tóxicas, como compuestos orgánicos volátiles y mercurio, la técnica puede plantear riesgos para las aguas subterráneas, el suelo y el aire a través de fugas. El mes pasado, las autoridades informaron de que la primera planta comercial de secuestro de carbono del país, en Illinois, había tenido dos fugas este año bajo el lago Decatur, una fuente de agua potable para el poblado de Decatur. La empresa propietaria de la planta, ADM, no informó a las autoridades de las fugas durante meses. “Se trata de comunidades muy arraigadas a procesos extractivos como la minería del carbón y el gas natural, por lo que la llegada de constructores que les proponen algo no es nada nuevo para ellos. Pero cuando se enteran de que los constructores no están interesados en extraer, sino en depositar, en inyectar, se les abren los ojos”, dijo a EHN Ethan Story, director de defensa y abogado del Center for Coalfield Justice, un grupo de defensa de la salud comunitaria del oeste de Pensilvania.Asociados con el sector de los combustibles fósilesCada centro de hidrógeno cuenta con una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una asociación público-privada que supervisa el proyecto. Esta organización está a cargo de crear la propuesta, seleccionar los proyectos, facilitar la participación, recibir y distribuir los fondos federales y actuar como un puente entre el DOE y los socios industriales. Además de la inversión de $7 mil millones de dólares, la financiación para los centros de hidrógeno incluirá inversiones privadas significativas, incentivadas por la Ley de Reducción de la Inflación. Algunos de los principales contratistas existían antes de que se lanzaran los centros, como Battelle, que está a cargo del centro en los Apalaches, o como el Energy & Environmental Research Center, encargado del centro Heartland. Otros se formaron específicamente para supervisar los proyectos de hidrógeno, como la Alliance for Renewable Clean Hydrogen Energy Systems (ARCHES), que está a cargo del centro en California y HyVelocity, Inc, del centro de la Costa del Golfo.Además de estos contratistas, los centros tienen socios individuales para los proyectos que incluyen a compañías de combustibles fósiles. En el centro de la Costa del Golfo, Chevron, ExxonMobil y Shell son solo algunas de las compañías de combustibles fósiles incluidas en la lista de socios proyectados. Los socios del proyecto en los Apalaches incluyen a CNX Resources, Enbridge, Empire Diversified Energy y EQT Corporation; y el centro de California lista a Chevron como uno de sus socios. Esto está sembrando la desconfianza en algunas comunidades.Por ejemplo, en un documento del DOE publicado en agosto, la agencia informó que EQT Corporation, el segundo mayor productor de gas natural del país, organizaría sesiones de escucha comunitaria y trabajaría para establecer un comité asesor comunitario para sus proyectos en el centro de hidrógeno de los Apalaches. EQT ha acumulado infracciones medioambientales en sus pozos de fracking que culminaron en el desalojo de varias familias de Virginia Occidental. La empresa también ha promovido la desinformación sobre el papel de la industria del gas natural en el empeoramiento del cambio climático. “Elegir a EQT para hacerse cargo de esta parte del proceso muestra la falta de involucramiento real con la comunidad, la falta de confianza, la falta de transparencia que ha rodeado el proceso de beneficios colectivos [del centro de hidrógeno de los Apalaches]”, dijo a EHN Matt Mehalik, director ejecutivo del Breathe Project, una coalición de oenegés en el occidente de Pensilvania. “La elección de este administrador ilustra la falta de interés por establecer algún tipo de confianza con las comunidades afectadas”, añadió.Karen Feridun, co-fundadora del grupo activista por el clima de Pensilvania Better Path Coalition, dijo que “si EQT crea un CAC [comité asesor comunitario] será para averiguar qué color de las gorras del ARCH2 [centro de hidrógeno de los Apalaches] prefiere la gente”.EQT Corporation y Battelle no respondieron a múltiples solicitudes de entrevista, ni a las preguntas específicas que les enviamos sobre el proceso de participación y la supuesta falta de transparencia.El DOE también tercerizó la gestión de la participación ciudadana en la Costa del Golfo a una organización local – el Houston Advanced Research Center, o HARC, por sus siglas en inglés. La organización fue fundada en 1982 por George Mitchell, también conocido como “el padre del fracking”, a quien se le atribuyó el auge del petróleo proveniente de esquisto en Texas. En 2001, HARC actualizó su misión en su página web, e incluyó una referencia a la mitigación del riesgo climático y el fomento de las energías limpias. En 2023, la organización incluyó la energía del hidrógeno en su planificación estratégica y en su visión empresarial. Margaret Cook, quien dirige la oficina de equidad climática de HARC y es una representante de sus esfuerzos de participación comunitaria, le dijo a EHN que la organización había contactado a algunos grupos activistas locales para discutir su rol en el proceso de involucramiento ciudadano del centro. Cook dijo que planean incluir una junta asesora conformada por la comunidad que interactuará con las compañías involucradas, y que esta junta aconsejará en cómo deben gastarse los dólares del DOE a nivel regional y comunitario. Adicionalmente, el grupo estará a cargo de organizar los beneficios comunitarios. “Necesitamos entender sus preocupaciones para poder atenderlas”, dijo Cook. “Y necesitamos entender qué perciben ellos como beneficios que realmente les vaya a ayudar, para que así el proyecto pueda dárselo”. Shiv Srivastava, investigadora de política pública para Fenceline Watch, una organización de justicia ambiental de Houston, le dijo a EHN: “Pienso que estamos ante un problema de raíz…tienes organizaciones que son elegidas para ser básicamente el conector con la comunidad, el representante del centro ante la gente. Esto es algo que el Departamento de Energía debería hacer directamente”.Una falta de transparencia y de participación significativaAlgunos describen al East End de Houston como un tablero de ajedrez, donde los límites de sus casas, escuelas y zonas verdes están flanqueados por plantas industriales, aparcamientos, muelles de entrada, chimeneas y refinerías. La comunidad del East End está en el percentil 99 de exposición a tóxicos en el aire (es decir, que están más expuestos que el 99% de la población en Estados Unidos) y es el hogar de una de las fuentes más grandes de contaminación química del estado de Texas. Los residentes de estos barrios, como Srivastava e Yvette Arellano, directorx ejecutivx de Fenceline Watch, temen que esta enorme presencia industrial sólo aumentará con la introducción del hidrógeno. “En lo que respecta a la captura de carbono, al secuestro y la captura directa en el aire, son casi principios básicos de [la producción de] hidrógeno”, afirma Srivastava. “Vemos que el hidrógeno se postula rápidamente como la nueva materia prima para la producción petroquímica, y que desplazará a los combustibles fósiles, lo que, para nuestra comunidad, no funciona, porque igual siguen produciendo estos tóxicos contaminantes”. Arellano le dijo a EHN que Fenceline Watch educa al público sobre proyectos industriales, pero que esta labor ha sido complicada respecto al centro de hidrógeno pues “no hay un proceso de participación ciudadana formal en los siete centro de producción”. La oficina de demostraciones de energías limpias (OCED, por sus siglas en inglés) del DOE auspició nueve sesiones de escucha iniciales para los centros y resumió los comentarios recibidos durante esas reuniones en su página web. El DOE no dejó las grabaciones disponibles para el público general, pero un análisis de EHN de las transcripciones muestran que la mayoría de comentarios expresaron preocupación sobre temas como la seguridad de los empleados, la localización de los oleoductos, la eficacia de la captura de carbono, el impacto de las emisiones, quién regulará estos proyectos, los permisos, la ubicación de los complejos, barreras lingüísticas y la injusticia medioambiental.En la sesión sobre el centro de la Costa del Golfo, la comunidad pidió hacer sesiones formales en las que pudieran presentar sus preguntas por escrito y recibir respuestas escritas en el mismo lenguaje sencillo. “Lo que hemos oído es que esa no es la forma en la que se hace este proceso”, dijo Arellano. “Lo que hemos oído es un silencio sepulcral”. De los 113 comentarios que el DOE transcribió de las sesiones de escucha, 95 expresaron algún tipo de oposición a los proyectos y hubo por lo menos 49 reclamos exigiendo una mayo transparencia y mejor participación ciudadana. EHN también escuchó reclamos más allá de las sesiones de escucha, particularmente relacionadas con la justicia ambiental y la participación ciudadana respecto a todos los centros menos sobre Heartland, que se expandirá a lo largo de Dakota del Norte y del Sur, así como Minnesota (el centro perdió a sus socios clave Marathon Petroleum y TC Energy, así que no es del todo claro si se realizará).En respuesta a las quejas, el DOE publicó un resumen de los puntos clave que escuchó durante las reuniones y cómo esos comentarios estaban siendo incorporados en el proceso de planeación de los centros de producción. Un vocero de la agencia dijo que este tipo de trabajo con las comunidades es nuevo para el DOE y que los proyectos aún están en las primeras etapas, por lo que la agencia todavía está aprendiendo y trabajando para asegurarse de que las preocupaciones de la gente sean atendidas de forma adecuada. Añadieron que la oficina de demostraciones de energías limpias (OCED) ha llevado a cabo más de 70 reuniones con la gente de la comunidad y grupos organizados, funcionarios locales, personal de primeros auxilios, sindicatos y otros grupos comunitarios, y que ha ofrecido sesiones informativas a más de 4.000 personas en las regiones de los centros de hidrógeno.“Tengo preguntas y preocupaciones”, dijo el senador demócrata por el estado de Dakota del Norte, Tim Mathern. “Hasta ahora, he apoyado al proyecto, pues se presenta como una alternativa de combustible más limpia que los fósiles y mejor para nuestro planeta. Pero se ha dado muy poca información sobre los impactos ambientales y me gustaría saber más”.EHN buscó a otros políticos en los 16 estados en donde se realizarán estos proyectos y recibió cinco respuestas, cuatro de ellas provenientes de las regiones en donde se construirá el centro del Pacífico Noroeste. La mayoría de estas respuestas señalaron la necesidad de contar con más información, tal y como lo han expresado sus votantes.“Ha habido relacionamiento con funcionarios locales y algunos funcionarios estatales”, le dijo el representante repúblicano de Montana, Denley Loge, a EHN. “La mayoría [de personas] no entienden bien pero tampoco buscan información por su parte. A nivel local, cuando se han hecho reuniones, muy poquita gente va, pero los rumores desinformados se expanden fácilmente”.La representante demócrata texana Penny Morales Shaw expresó su apoyo al centro de la Costa del Golfo.“Como representante estatal, recibo mucha información de mis constituyentes todos los días sobre la mala calidad del aire y la forma cómo las condiciones ambientales impactan su salud y calidad de vida”, Morales Shaw le dijo a EHN. “Los centros de hidrógeno pueden ayudarnos a alcanzar las emisiones netas de carbono cero y todos queremos asegurarnos de que se logre de forma eficaz y colaborativa”.Las sesiones de escucha del DOE son solo una de las formas en las que las comunidades han pedido mejoras en el proceso de participación. EHN también hizo seguimiento a las solicitudes escritas en relación con la transparencia fuera de estos espacios. Encontramos que:Un grupo de líderes de distintas organizaciones activistas a nivel nacional, incluyendo al Clean Air Task Force, el Environmental Defense Fund y el Natural Resources Defense Counsel, también le pidieron formalmente al DOE mayor transparencia y participación. 54 organizaciones de los Apalaches y grupos de base firmaron una carta dirigida al DOE en la que pedían suspender el proyecto, citando una falta de transparencia y participación.32 grupos de la región del Atlántico Medio firmaron una carta para el DOE diciendo que la primera reunión sobre el proyecto fue inaccesible para muchos residentes y, una vez más, pidiendo mayor transparencia y participación.15 organizaciones de base enviaron una carta al DOE expresando sus frustraciones sobre el mismo tema en el centro del Medio Oeste.Nueve grupos activistas por la justicia y el ambiente en California hicieron un llamado similar relacionado con los mismos problemas.Una coalición de grupos de Texas, California, Washington, Pensilvania, Nuevo México e Indiana pidieron mejorar la transparencia y participación en un reporte.A falta de una participación significativa en los proyectos, una coalición de grupos activistas también ha publicado recientemente su propia “Guía de beneficios comunitarios en el suroeste de Pensilvania” con la esperanza de que el proyecto del centro de hidrógeno de los Apalaches, y otros similares, la utilicen como referencia.Un vocero del DOE dijo que la agencia ha respondido de forma directa a más de 50 cartas pero la mayoría de esas respuestas no están disponibles para el público. Los activistas que recibieron estas respuestas le dijeron a este medio que no se encuentran satisfechos. La agencia se negó a responder nuestras preguntas sobre si estaba trabajando para responder a los reclamos específicos contenidos en dichas misivas. En una presentación inicial sobre los centros, el DOE discutió las etapas de “autorizado / no autorizado” de los proyectos, que requieren que haya participación ciudadana antes de continuar. Esto le hizo creer a muchas comunidades que los proyectos podrían no hacerse si decidían que los costos eran mayores que los beneficios. Resultó ser una apreciación equivocada. “Las comunidades no tienen el derecho a negarse”, dijo el DOE en julio, en un correo electrónico respondiendo a preguntas que les enviaron organizaciones sobre el centro del Atlántico Medio. “Este no es un requisito del programa H2Hubs”.Algunas personas, incluyendo a Feridun de la Better Path Coalition en Pensilvania, se sintieron engañadas. “Nos han repetido una y otra vez lo de estas decisiones de ‘autorizado / no autorizado’ y de cómo participaremos en cada una de ellas, pero eso simplemente no es lo que está ocurriendo”.Los activistas cuestionan qué tan ético es que el gobierno federal pueda autorizar nuevas fuentes de contaminación en comunidades impactadas por la injusticia ambiental, sin que necesiten el consentimiento de las mismas. También hay una percepción generalizada de que los socios industriales de los centros están prosiguiendo con la planeación de reuniones a puerta cerrada con funcionarios de la agencia federal, sin contar con la participación de los ciudadanos.“El DOE apareció en la primera sesión de escucha como un co-anfitrión de la llamada [ junto a los socios industriales]”, dijo Chris Chyung, el director ejecutivo del grupo de activismo ambiental Indiana Conservation Voters, sobre la experiencia en las reuniones sobre el centro de hidrógeno del Medio Oeste. “Esto crea un dilema ético, pues se supone que el DOE debe ser un mediador que supervisa el uso de este dinero y defiende los intereses de los contribuyentes que lo pagan”. En la costa este, el principal contratista del centro del Atlántico Medio organizó reuniones de networking mensuales para los socios corporativos con un costo de participación de entre $25 y $50 dólares y que no están abiertas al público. También estableció un programa de membresías que cuesta entre $2,500 y $10,000 dólares y que le da a sus miembros acceso gratuito a webinars educativos, inscripciones gratuitas para la “Conferencia Anual de Hidrógeno MACH2” y acceso a eventos exclusivos para miembros y a un sitio web con información adicionales sobre los proyectos. En un correo electrónico dirigido a activistas locales que preguntaron porqué estas oportunidades no estaban disponibles para el público general, un vocero del DOE dijo que las reuniones de networking eran para “negocios, startups y otras partes interesadas en la economía de la energía limpia” y que “no están diseñadas para reemplazar los eventos con la comunidad”. “Nuestra preocupación más grande es que muchos de estos proyectos que se están configurando como fundamentales [para el desarrollo del centro del Atlántico Medio] están avanzando sin nuestro involucramiento” le dijo a este medio Tracy Carluccio, quien es la directora adjunta del Delaware Riverkeeper Network. En noviembre de 2023, la oenegé que lidera Carluccio presentó una solicitud FOIA para acceder a estas aplicaciones y a otros contenidos relacionados con el centro en esa región. Cuando recibieron las respuestas en agosto de 2024, se dieron cuenta de que varios proyectos iban mucho más adelante de lo que pensaban. Del mismo modo, cerca de los centros de California, las comunidades han oído promesas de que la producción de hidrógeno sólo provendrá de energías renovables, según Kayla Karimi, abogada de la organización sin ánimo de lucro Center on Race, Poverty and the Environment, con sede en California. Su organización no ha visto ningún contrato o documento que respalde esas promesas más allá de los anuncios iniciales realizados antes de la financiación. Karimi dijo que para obtener información sobre el centro de California más allá de la que aparece en su sitio web, le pidieron a su organización firmar un acuerdo de confidencialidad (NDA, por sus siglas en inglés). El acuerdo le pareció “muy punitivo” y dijo que quienes lo firmaran podrían enfrentarse a consecuencias legales por hablar negativamente del centro de California. La organización de Karimi no firmó el acuerdo y abogó por que los miembros de la comunidad no lo hicieran. EHN también habló con Steven Lehat, director ejecutivo de la compañía de inversiones bancarias Colton Alexander, la cual firmó NDAs para acceder a tres comités privados de planeación del centro en California. Si bien los NDA permiten acceder a más información, sería ilegal compartirla con los miembros de la comunidad. Barreras como esta plantean dudas sobre qué tan equitativo es el proceso de participación comunitaria, inclusive en aquellos casos en los que se usarán fuentes de energías renovables. “Los comentarios de la comunidad han sido muy limitados hasta ahora porque no sabemos sobre qué estamos comentando”, Karimi le dijo a EHN. “Pero aún así tampoco sabríamos si están siendo incorporados, porque no nos han dicho nada [y] no se han comunicado con nosotros”. Cuando le preguntamos sobre los NDA, una vocera para ARCHES, la organización supervisando el centro de producción de California, le dijo a EHN que los acuerdos no eran obligatorios para poder participar en los grupos de trabajo relacionados con el trabajo comunitario o los beneficios. “ARCHES mantiene su principio de participación de las partes interesadas y de la comunidad y seguirá trabajando para garantizar que todas las partes interesadas puedan formar parte de nuestras reuniones comunitarias”, dijo la portavoz en un correo electrónico. “Sin embargo, los acuerdos de confidencialidad son necesarios para convertirse en miembro de ARCHES, ya que las empresas miembro deben sentirse seguras compartiendo información sensible o de propiedad intelectual”.El centro del Pacífico Noroeste se diferenció del resto al tener información pública disponible. Keith Curl Dove, un organizador de la Washington Conservation Action, le dijo a EHN que su organización pudo acceder a la ubicación proyectada para muchos de los proyectos y al historial de trabajo con comunidades indígenas, y dijo que la Cámara de Comercio de Washington intentó responder a todas las preguntas y preocupaciones que su organización presentó.Los políticos del estado expresaron una perspectiva similar. “Tengo que decir que, desde el principio, creo que ha habido un amplio proceso de participación de las partes interesadas, que es diferente de un proceso de participación de la comunidad, para averiguar qué empresas, qué industrias, etc., iban a estar dispuestas a hacer las inversiones para complementar la inversión federal y del estado de Washington en nuestro centro de hidrógeno del noroeste [del Pacífico]”, dijo a EHN Alex Ramel, representante demócrata del estado de Washington. “Dos de las cinco refinerías del estado están en mi distrito y hay otras dos en el distrito de al lado, al norte”, dijo. “Esto quiere decir que el 90% de la capacidad de refinado del estado está justo al lado, y las refinerías van a ser uno de los principales lugares de implantación del hidrógeno en el Estado de Washington, y creo que son un primer cliente importante... porque ya utilizan hidrógeno sucio, y esta es una oportunidad para sustituirlo por hidrógeno verde”.En documentos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el Consejo Asesor sobre Justicia Medioambiental de la Casa Blanca compartió sus preocupaciones sobre los centros de hidrógeno y otras tecnologías de manejo del carbono. “Esta inversión en la “experimentación” de una tecnología que carece de suficiente investigación sobre su seguridad y eficacia crea aún más barreras de desconfianza entre las comunidades afectadas, en particular las que han sido histórica y actualmente son privadas de sus derechos, y los respectivos organismos gubernamentales”, dice el documento.El Consejo añadió que “un planteamiento humano de la gestión del carbono consistiría en dar prioridad a una investigación sólida (no influida por los contaminadores) que incluya un análisis robusto de los posibles riesgos para la salud pública y el medio ambiente”.Estas preocupaciones reflejan las de los individuos en los territorios. “¿De verdad podemos confiar en otro contaminador?” cuestionó Arellano, de Fenceline Watch.Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEste artículo fue traducido por María Paula Rubiano A.Producción y edición de video: Jimmy EvansSobre las autoras: Kristina Marusic cubre temas de salud ambiental y justicia en Pittsburgh y el occidente de Pennsylvania para Environmental Health News. Su nuevo libro, "A New War On Cancer: The Unlikely Heroes Revolutionizing Prevention", revela la existencia de un naciente movimiento a nivel nacional que busca prevenir el cáncer reduciendo la exposición a sustancias químicas cancerígenas en nuestra vida cotidiana. Cami Ferrell es una reportera de vídeo bilingüe para Environmental Health News, radicada en Houston (Texas). Ferrell informa principalmente sobre el desarrollo de la industria petroquímica en la costa del Golfo de Texas.

Esta es la primera parte de una serie de dos entregas. Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEn un día lluvioso de septiembre, Veronica Coptis y sus dos hijos se pararon a orillas del río Monongahela, en un parque cerca a su hogar, observando cómo un par de barcazas cargadas con montones de carbón desaparecían por la ribera.Haz clic aquí para leer este reportaje en inglés. To read and watch a version of this story in English click here.“Me preocupa que no están teniendo en cuenta la cantidad de tráfico industrial que este río ya carga y cuánto más va a agregar el centro de hidrógeno”, le dijo Coptis a EHN.Coptis vive con su esposo y sus hijos en Carmichaels, en Pensilvania, un pueblo otrora dedicado al carbón cercano a la frontera con Virginia Occidental, con unos 434 habitantes. La autoridad hídrica local usa al río Monongahela como fuente de agua. Contaminantes asociados a la actividad industrial y potencialmente cancerígenos, como el bromodiclorometano, cloroformo y dibromoclorometano, se han detectado en el agua potable de la comunidad.Coptis creció rodeada de mineros del carbón, pero se convirtió en una activista contra este mineral y el fracking después de ser testigo de los daños ambientales causados por la industria de combustibles fósiles. Ahora, ve una nueva batalla en el horizonte: el Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches, una extensa red de infraestructura que usará principalmente gas natural para crear hidrógeno, que luego será usado como combustible. Se espera que parte del nuevo centro de hidrógeno sea construido en La Belle, que está a unos 30 minutos en auto hacia el norte del río Monongahela desde su casa.“Me preocupa mucho qué tan grande va a ser este complejo industrial y cómo serán sus emisiones, y si va a aumentar el tráfico en el río y las carreteras”, dijo Coptis, quien trabaja como consejera senior en la oenegé climática Taproot Earth. “También me preocupa que, debido a que esto va a ser hidrógeno azul, aumente la demanda de fracking, y yo ya vivo rodeada de pozos de fracking”.El Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches es una de las siete redes de este tipo de infraestructuras propuestas hace un año y financiadas con fondos federales. Son una iniciativa que nació de la Ley Bipartidista de Infraestructura que la administración de Biden logró pasar en 2021. El hidrógeno creado en los centros, que provendrá tanto de fuentes renovables como de combustibles fósiles, será usado por industrias que son difíciles de electrificar, como la siderurgia, la construcción y la producción de petroquímicos.Los centros apoyan el objetivo de la administración de Biden de alcanzar cero emisiones netas de carbono en todo el país para 2050 y lograr una red eléctrica 100% “limpia” para 2035. Los siete centros de hidrógeno, que están en diversas etapas de desarrollo pero en su mayoría están en la planeación y la selección de sitios, fueron considerados como proyectos de energías limpias bajo la administración de Biden, incluyendo aquellos que usarán combustibles fósiles para la producción.En marzo y mayo, Coptis asistió a unas sesiones de escucha organizadas por los socios industriales del proyecto y por el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés), que es la entidad encargada del desarrollo de los centros y de repartir los $7 mil millones en fondos federales para ellos. Esperaba que las sesiones le dieran respuestas, como por ejemplo exactamente donde se ubicaran las instalaciones y qué pasaría en ellas. Sin embargo, salió con aún más preguntas. Las aplicaciones iniciales que los socios industriales presentaron ante el DOE, que incluyeron cronogramas, costos estimados, detalles de las posibles ubicaciones y estimaciones de los impactos en el medio ambiente y la salud, fueron mantenidas en secreto por la agencia a pesar de las frecuentes peticiones de los miembros de la comunidad para que se compartieran esos detalles.“El Departamento de Energía y las compañías involucradas no han sido transparentes”, dijo Coptis. “No es posible que las comunidades demos aportes significativos sobre los proyectos cuando literalmente no sabemos nada sobre ellos”. En 2023, la administración de Biden logró aprobar una serie de políticas federales históricas que le ordenaron a 80 agencias nacionales priorizar la justicia medioambiental en todas sus decisiones. El DOE prometió ser un ejemplo a través de los centros de hidrógeno, pero, hasta ahora, esto no ha sucedido, de acuerdo con más de 30 miembros de las comunidades potencialmente afectadas y activistas con los cuales EHN habló. Afirman que los detalles siguen siendo confusos, que las consultas públicas sólo se planifican después de que los socios de la industria ya han recibido millones de dólares en fondos públicos y que las comunidades no intervienen en la toma de decisiones.“Las promesas que el DOE ha hecho no han sido cumplidas, de acuerdo con la definición de justicia ambiental de la misma entidad”, dijo a EHN Batoul Al-Sadi, un asociado senior en Natural Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambientalista nacional que ha estado presionando para que haya una mayor transparencia en los centros de hidrógeno. Nuestra investigación también encontró que:En las sesiones iniciales de escucha sobre los centros, 95 de los 113 comentarios públicos que fueron presentados expresaron oposición a los proyectos.49 de los 113 comentarios expresaron preocupación sobre la falta de transparencia y participación significativa de las comunidades.Más de 100 grupos ambientalistas regionales y nacionales le han enviado cartas al DOE pidiéndole mayor transparencia y mejoras en sus procesos de diálogo con las comunidades.Las comunidades no tienen el derecho de rehusarse a la llegada de los centros de hidrógeno si se prueba que los daños serán mayores que los beneficios.El DOE no se está adhiriendo a sus propios planes de participación comunitaria, de acuerdo con expertos y activistas.“Hoy, las regulaciones [federales de justicia ambiental] están mejor que nunca”, dijo a EHN Stephen Schima, un experto en regulaciones ambientales y consejero legislativo senior en Earthjustice. “Las agencias tienen la oportunidad de hacer esto de forma correcta… solo es una cuestión de implementación, que ha probado ser un gran reto hasta ahora”.Ante nuestras preguntas sobre la transparencia y la participación comunitaria en estos procesos, el DOE respondió a EHN que la agencia “está enfocada en conseguir que estos proyectos sean seleccionados para negociar su adjudicación oficialmente ... Una vez adjudicados, el DOE dará a conocer más detalles sobre los mismos”.Los residentes de las siete comunidades de los centros de hidrógeno temen que, una vez se hayan distribuido millones de dólares en financiación federal para estos proyectos, sus aportes serán irrelevantes.En julio, los centros de los Apalaches y de California ya habían recibido cada uno $30 millones de dólares y el centro del Pacífico Noroeste ya había recibido $27,5 millones en fondos federales. La financiación para el resto de centros sigue en trámite. En total, se prevé que los siete centros planeados recibirán unos $7 mil millones de dólares en fondos públicos federales.Jalonne White-Newsome, la jefa de justicia ambiental del Consejo de la Casa Blanca para la Calidad Ambiental, dijo que es consciente de que las comunidades están frustradas por los centros de hidrógeno. “Paso mucho tiempo trabajando con nuestros colegas del Departamento de Energía [y otras agencias federales] asegurándonos de que estamos apoyando la llegada segura de estas tecnologías”, White-Newsome le dijo a EHN. “Sigo escuchando de muchas formas distintas las preocupaciones de las comunidades: que no hay transparencia, que no hay suficiente información, que hay miedo a la tecnología”.“Entiendo todas esas preocupaciones”, dijo White-Newsome, quien añadió que el Consejo Asesor de Justicia Medioambiental de la Casa Blanca creó un grupo de trabajo de líderes de justicia medioambiental de todo el país para abordar las tecnologías de captura de carbono y el hidrógeno, y está trabajando con un equipo interno, incluidos los socios de la agencia federal en el DOE, “sobre cómo abordar todas las cuestiones que ha planteado este organismo”.Los activistas temen que estas medidas sean insuficientes.“Incluso si éste fuera el mejor proyecto de energía verde, no contaminante y más renovable que llegara a los Apalaches, este proceso no se está ajustando a los principios de justicia ambiental”, señaló Coptis.Justicia ambiental y preocupaciones por la contaminación Los centros de hidrógeno fueron presentados como una bendición para las comunidades afectadas por la injusticia medioambiental que les traería empleos y desarrollo económico, una reducción en la contaminación aérea producto de un menor uso de combustibles fósiles y la promesa de convertirse en protagonistas de la transición energética en Estados Unidos.Pero más de 140 organizaciones por la justicia ambiental han firmado cartas públicas resaltando las formas en las que la energía del hidrógeno podría prolongar el uso de combustibles fósiles, crear riesgos y empeorar la contaminación del aire local, de acuerdo con un reporte publicado por la EFI Foundation.Los centros del Atlántico Medio y del Medio Oeste prevén utilizar energías renovables y energía nuclear además de combustibles fósiles, mientras que los centros de California, el Noroeste del Pacífico y Heartland prevén utilizar combinaciones de energías renovables, biomasa y energía nuclear. Los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo prevén utilizar principalmente combustibles fósiles.Los centros de hidrógeno serán una densa red de infraestructuras que se extenderán a lo largo de vastas regiones geográficas. Muchos de sus componentes están siendo planeados para aterrizar en comunidades que han sido desproporcionadamente afectadas por la contaminación (principalmente producto de la extracción de combustibles fósiles), para aprovechar la infraestructura ya existente. Por ejemplo, la región del Canal de Houston, el Inland Empire en California y el noroeste de Indiana incluyen comunidades afectadas por la injusticia ambiental y todas están esperando la llegada tentativa de infraestructuras de los centros de hidrógeno. Las tres regiones figuran entre los peores lugares del país en cuanto a contaminación atmosférica. El DOE ha dicho que los proyectos solo serán premiados si demuestran que tienen planes para minimizar los impactos negativos y para proveer beneficios para estas comunidades, pero hasta ahora las poblaciones que están esperando la llegada de los centros de hidrógeno dicen que no han visto ningún tipo de información sobre cómo los socios de los proyectos planean hacer esto (alguna información ha sido compartido en el plan de beneficios comunitarios en el de California). La gente está preocupada de que los centros añadan nuevas fuentes de contaminación industrial a las comunidades ya contaminadas, mientras que los datos sobre los impactos acumulativos de las redes existentes y ampliadas de infraestructuras energéticas siguen siendo escasos. Las preocupaciones sobre los riesgos de salud son especialmente pronunciados alrededor de los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo debido a su gran dependencia de los combustibles fósiles. EHN escuchó voces preocupadas por las nuevas emisiones procedentes del tráfico de camiones y barcazas, el posible uso del dominio eminente para confiscar propiedades privadas para construir oleoductos, el riesgo de que los oleoductos exploten o tengan fugas y el aumento de las emisiones de óxido de nitrógeno procedentes de la combustión final del combustible de hidrógeno, que contribuiría a aumentar los niveles de contaminación por partículas y ozono. La exposición a este tipo de contaminantes se ha relacionado con múltiples efectos negativos, incluyendo un aumento en el riesgo de cáncer, enfermedades respiratorias y del corazón, nacimientos prematuros y bajos pesos al nacer.También hay preocupaciones por la dependencia de estos centros de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, las cuales son necesarias para transformar combustibles fósiles en hidrógeno, pero no serán necesarias en aquellos centros que no usen combustibles fósiles para su producción.La tecnología de captura del carbono es controversial, pues muchos expertos y activistas la consideran una forma de prolongar el uso de combustibles fósiles y han expresado que esta tecnología podría empeorar el cambio climático debido al enorme consumo energético que requiere su implementación. Adicionalmente, debido a que el CO2 capturado contiene sustancias tóxicas, como compuestos orgánicos volátiles y mercurio, la técnica puede plantear riesgos para las aguas subterráneas, el suelo y el aire a través de fugas. El mes pasado, las autoridades informaron de que la primera planta comercial de secuestro de carbono del país, en Illinois, había tenido dos fugas este año bajo el lago Decatur, una fuente de agua potable para el poblado de Decatur. La empresa propietaria de la planta, ADM, no informó a las autoridades de las fugas durante meses. “Se trata de comunidades muy arraigadas a procesos extractivos como la minería del carbón y el gas natural, por lo que la llegada de constructores que les proponen algo no es nada nuevo para ellos. Pero cuando se enteran de que los constructores no están interesados en extraer, sino en depositar, en inyectar, se les abren los ojos”, dijo a EHN Ethan Story, director de defensa y abogado del Center for Coalfield Justice, un grupo de defensa de la salud comunitaria del oeste de Pensilvania.Asociados con el sector de los combustibles fósilesCada centro de hidrógeno cuenta con una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una asociación público-privada que supervisa el proyecto. Esta organización está a cargo de crear la propuesta, seleccionar los proyectos, facilitar la participación, recibir y distribuir los fondos federales y actuar como un puente entre el DOE y los socios industriales. Además de la inversión de $7 mil millones de dólares, la financiación para los centros de hidrógeno incluirá inversiones privadas significativas, incentivadas por la Ley de Reducción de la Inflación. Algunos de los principales contratistas existían antes de que se lanzaran los centros, como Battelle, que está a cargo del centro en los Apalaches, o como el Energy & Environmental Research Center, encargado del centro Heartland. Otros se formaron específicamente para supervisar los proyectos de hidrógeno, como la Alliance for Renewable Clean Hydrogen Energy Systems (ARCHES), que está a cargo del centro en California y HyVelocity, Inc, del centro de la Costa del Golfo.Además de estos contratistas, los centros tienen socios individuales para los proyectos que incluyen a compañías de combustibles fósiles. En el centro de la Costa del Golfo, Chevron, ExxonMobil y Shell son solo algunas de las compañías de combustibles fósiles incluidas en la lista de socios proyectados. Los socios del proyecto en los Apalaches incluyen a CNX Resources, Enbridge, Empire Diversified Energy y EQT Corporation; y el centro de California lista a Chevron como uno de sus socios. Esto está sembrando la desconfianza en algunas comunidades.Por ejemplo, en un documento del DOE publicado en agosto, la agencia informó que EQT Corporation, el segundo mayor productor de gas natural del país, organizaría sesiones de escucha comunitaria y trabajaría para establecer un comité asesor comunitario para sus proyectos en el centro de hidrógeno de los Apalaches. EQT ha acumulado infracciones medioambientales en sus pozos de fracking que culminaron en el desalojo de varias familias de Virginia Occidental. La empresa también ha promovido la desinformación sobre el papel de la industria del gas natural en el empeoramiento del cambio climático. “Elegir a EQT para hacerse cargo de esta parte del proceso muestra la falta de involucramiento real con la comunidad, la falta de confianza, la falta de transparencia que ha rodeado el proceso de beneficios colectivos [del centro de hidrógeno de los Apalaches]”, dijo a EHN Matt Mehalik, director ejecutivo del Breathe Project, una coalición de oenegés en el occidente de Pensilvania. “La elección de este administrador ilustra la falta de interés por establecer algún tipo de confianza con las comunidades afectadas”, añadió.Karen Feridun, co-fundadora del grupo activista por el clima de Pensilvania Better Path Coalition, dijo que “si EQT crea un CAC [comité asesor comunitario] será para averiguar qué color de las gorras del ARCH2 [centro de hidrógeno de los Apalaches] prefiere la gente”.EQT Corporation y Battelle no respondieron a múltiples solicitudes de entrevista, ni a las preguntas específicas que les enviamos sobre el proceso de participación y la supuesta falta de transparencia.El DOE también tercerizó la gestión de la participación ciudadana en la Costa del Golfo a una organización local – el Houston Advanced Research Center, o HARC, por sus siglas en inglés. La organización fue fundada en 1982 por George Mitchell, también conocido como “el padre del fracking”, a quien se le atribuyó el auge del petróleo proveniente de esquisto en Texas. En 2001, HARC actualizó su misión en su página web, e incluyó una referencia a la mitigación del riesgo climático y el fomento de las energías limpias. En 2023, la organización incluyó la energía del hidrógeno en su planificación estratégica y en su visión empresarial. Margaret Cook, quien dirige la oficina de equidad climática de HARC y es una representante de sus esfuerzos de participación comunitaria, le dijo a EHN que la organización había contactado a algunos grupos activistas locales para discutir su rol en el proceso de involucramiento ciudadano del centro. Cook dijo que planean incluir una junta asesora conformada por la comunidad que interactuará con las compañías involucradas, y que esta junta aconsejará en cómo deben gastarse los dólares del DOE a nivel regional y comunitario. Adicionalmente, el grupo estará a cargo de organizar los beneficios comunitarios. “Necesitamos entender sus preocupaciones para poder atenderlas”, dijo Cook. “Y necesitamos entender qué perciben ellos como beneficios que realmente les vaya a ayudar, para que así el proyecto pueda dárselo”. Shiv Srivastava, investigadora de política pública para Fenceline Watch, una organización de justicia ambiental de Houston, le dijo a EHN: “Pienso que estamos ante un problema de raíz…tienes organizaciones que son elegidas para ser básicamente el conector con la comunidad, el representante del centro ante la gente. Esto es algo que el Departamento de Energía debería hacer directamente”.Una falta de transparencia y de participación significativaAlgunos describen al East End de Houston como un tablero de ajedrez, donde los límites de sus casas, escuelas y zonas verdes están flanqueados por plantas industriales, aparcamientos, muelles de entrada, chimeneas y refinerías. La comunidad del East End está en el percentil 99 de exposición a tóxicos en el aire (es decir, que están más expuestos que el 99% de la población en Estados Unidos) y es el hogar de una de las fuentes más grandes de contaminación química del estado de Texas. Los residentes de estos barrios, como Srivastava e Yvette Arellano, directorx ejecutivx de Fenceline Watch, temen que esta enorme presencia industrial sólo aumentará con la introducción del hidrógeno. “En lo que respecta a la captura de carbono, al secuestro y la captura directa en el aire, son casi principios básicos de [la producción de] hidrógeno”, afirma Srivastava. “Vemos que el hidrógeno se postula rápidamente como la nueva materia prima para la producción petroquímica, y que desplazará a los combustibles fósiles, lo que, para nuestra comunidad, no funciona, porque igual siguen produciendo estos tóxicos contaminantes”. Arellano le dijo a EHN que Fenceline Watch educa al público sobre proyectos industriales, pero que esta labor ha sido complicada respecto al centro de hidrógeno pues “no hay un proceso de participación ciudadana formal en los siete centro de producción”. La oficina de demostraciones de energías limpias (OCED, por sus siglas en inglés) del DOE auspició nueve sesiones de escucha iniciales para los centros y resumió los comentarios recibidos durante esas reuniones en su página web. El DOE no dejó las grabaciones disponibles para el público general, pero un análisis de EHN de las transcripciones muestran que la mayoría de comentarios expresaron preocupación sobre temas como la seguridad de los empleados, la localización de los oleoductos, la eficacia de la captura de carbono, el impacto de las emisiones, quién regulará estos proyectos, los permisos, la ubicación de los complejos, barreras lingüísticas y la injusticia medioambiental.En la sesión sobre el centro de la Costa del Golfo, la comunidad pidió hacer sesiones formales en las que pudieran presentar sus preguntas por escrito y recibir respuestas escritas en el mismo lenguaje sencillo. “Lo que hemos oído es que esa no es la forma en la que se hace este proceso”, dijo Arellano. “Lo que hemos oído es un silencio sepulcral”. De los 113 comentarios que el DOE transcribió de las sesiones de escucha, 95 expresaron algún tipo de oposición a los proyectos y hubo por lo menos 49 reclamos exigiendo una mayo transparencia y mejor participación ciudadana. EHN también escuchó reclamos más allá de las sesiones de escucha, particularmente relacionadas con la justicia ambiental y la participación ciudadana respecto a todos los centros menos sobre Heartland, que se expandirá a lo largo de Dakota del Norte y del Sur, así como Minnesota (el centro perdió a sus socios clave Marathon Petroleum y TC Energy, así que no es del todo claro si se realizará).En respuesta a las quejas, el DOE publicó un resumen de los puntos clave que escuchó durante las reuniones y cómo esos comentarios estaban siendo incorporados en el proceso de planeación de los centros de producción. Un vocero de la agencia dijo que este tipo de trabajo con las comunidades es nuevo para el DOE y que los proyectos aún están en las primeras etapas, por lo que la agencia todavía está aprendiendo y trabajando para asegurarse de que las preocupaciones de la gente sean atendidas de forma adecuada. Añadieron que la oficina de demostraciones de energías limpias (OCED) ha llevado a cabo más de 70 reuniones con la gente de la comunidad y grupos organizados, funcionarios locales, personal de primeros auxilios, sindicatos y otros grupos comunitarios, y que ha ofrecido sesiones informativas a más de 4.000 personas en las regiones de los centros de hidrógeno.“Tengo preguntas y preocupaciones”, dijo el senador demócrata por el estado de Dakota del Norte, Tim Mathern. “Hasta ahora, he apoyado al proyecto, pues se presenta como una alternativa de combustible más limpia que los fósiles y mejor para nuestro planeta. Pero se ha dado muy poca información sobre los impactos ambientales y me gustaría saber más”.EHN buscó a otros políticos en los 16 estados en donde se realizarán estos proyectos y recibió cinco respuestas, cuatro de ellas provenientes de las regiones en donde se construirá el centro del Pacífico Noroeste. La mayoría de estas respuestas señalaron la necesidad de contar con más información, tal y como lo han expresado sus votantes.“Ha habido relacionamiento con funcionarios locales y algunos funcionarios estatales”, le dijo el representante repúblicano de Montana, Denley Loge, a EHN. “La mayoría [de personas] no entienden bien pero tampoco buscan información por su parte. A nivel local, cuando se han hecho reuniones, muy poquita gente va, pero los rumores desinformados se expanden fácilmente”.La representante demócrata texana Penny Morales Shaw expresó su apoyo al centro de la Costa del Golfo.“Como representante estatal, recibo mucha información de mis constituyentes todos los días sobre la mala calidad del aire y la forma cómo las condiciones ambientales impactan su salud y calidad de vida”, Morales Shaw le dijo a EHN. “Los centros de hidrógeno pueden ayudarnos a alcanzar las emisiones netas de carbono cero y todos queremos asegurarnos de que se logre de forma eficaz y colaborativa”.Las sesiones de escucha del DOE son solo una de las formas en las que las comunidades han pedido mejoras en el proceso de participación. EHN también hizo seguimiento a las solicitudes escritas en relación con la transparencia fuera de estos espacios. Encontramos que:Un grupo de líderes de distintas organizaciones activistas a nivel nacional, incluyendo al Clean Air Task Force, el Environmental Defense Fund y el Natural Resources Defense Counsel, también le pidieron formalmente al DOE mayor transparencia y participación. 54 organizaciones de los Apalaches y grupos de base firmaron una carta dirigida al DOE en la que pedían suspender el proyecto, citando una falta de transparencia y participación.32 grupos de la región del Atlántico Medio firmaron una carta para el DOE diciendo que la primera reunión sobre el proyecto fue inaccesible para muchos residentes y, una vez más, pidiendo mayor transparencia y participación.15 organizaciones de base enviaron una carta al DOE expresando sus frustraciones sobre el mismo tema en el centro del Medio Oeste.Nueve grupos activistas por la justicia y el ambiente en California hicieron un llamado similar relacionado con los mismos problemas.Una coalición de grupos de Texas, California, Washington, Pensilvania, Nuevo México e Indiana pidieron mejorar la transparencia y participación en un reporte.A falta de una participación significativa en los proyectos, una coalición de grupos activistas también ha publicado recientemente su propia “Guía de beneficios comunitarios en el suroeste de Pensilvania” con la esperanza de que el proyecto del centro de hidrógeno de los Apalaches, y otros similares, la utilicen como referencia.Un vocero del DOE dijo que la agencia ha respondido de forma directa a más de 50 cartas pero la mayoría de esas respuestas no están disponibles para el público. Los activistas que recibieron estas respuestas le dijeron a este medio que no se encuentran satisfechos. La agencia se negó a responder nuestras preguntas sobre si estaba trabajando para responder a los reclamos específicos contenidos en dichas misivas. En una presentación inicial sobre los centros, el DOE discutió las etapas de “autorizado / no autorizado” de los proyectos, que requieren que haya participación ciudadana antes de continuar. Esto le hizo creer a muchas comunidades que los proyectos podrían no hacerse si decidían que los costos eran mayores que los beneficios. Resultó ser una apreciación equivocada. “Las comunidades no tienen el derecho a negarse”, dijo el DOE en julio, en un correo electrónico respondiendo a preguntas que les enviaron organizaciones sobre el centro del Atlántico Medio. “Este no es un requisito del programa H2Hubs”.Algunas personas, incluyendo a Feridun de la Better Path Coalition en Pensilvania, se sintieron engañadas. “Nos han repetido una y otra vez lo de estas decisiones de ‘autorizado / no autorizado’ y de cómo participaremos en cada una de ellas, pero eso simplemente no es lo que está ocurriendo”.Los activistas cuestionan qué tan ético es que el gobierno federal pueda autorizar nuevas fuentes de contaminación en comunidades impactadas por la injusticia ambiental, sin que necesiten el consentimiento de las mismas. También hay una percepción generalizada de que los socios industriales de los centros están prosiguiendo con la planeación de reuniones a puerta cerrada con funcionarios de la agencia federal, sin contar con la participación de los ciudadanos.“El DOE apareció en la primera sesión de escucha como un co-anfitrión de la llamada [ junto a los socios industriales]”, dijo Chris Chyung, el director ejecutivo del grupo de activismo ambiental Indiana Conservation Voters, sobre la experiencia en las reuniones sobre el centro de hidrógeno del Medio Oeste. “Esto crea un dilema ético, pues se supone que el DOE debe ser un mediador que supervisa el uso de este dinero y defiende los intereses de los contribuyentes que lo pagan”. En la costa este, el principal contratista del centro del Atlántico Medio organizó reuniones de networking mensuales para los socios corporativos con un costo de participación de entre $25 y $50 dólares y que no están abiertas al público. También estableció un programa de membresías que cuesta entre $2,500 y $10,000 dólares y que le da a sus miembros acceso gratuito a webinars educativos, inscripciones gratuitas para la “Conferencia Anual de Hidrógeno MACH2” y acceso a eventos exclusivos para miembros y a un sitio web con información adicionales sobre los proyectos. En un correo electrónico dirigido a activistas locales que preguntaron porqué estas oportunidades no estaban disponibles para el público general, un vocero del DOE dijo que las reuniones de networking eran para “negocios, startups y otras partes interesadas en la economía de la energía limpia” y que “no están diseñadas para reemplazar los eventos con la comunidad”. “Nuestra preocupación más grande es que muchos de estos proyectos que se están configurando como fundamentales [para el desarrollo del centro del Atlántico Medio] están avanzando sin nuestro involucramiento” le dijo a este medio Tracy Carluccio, quien es la directora adjunta del Delaware Riverkeeper Network. En noviembre de 2023, la oenegé que lidera Carluccio presentó una solicitud FOIA para acceder a estas aplicaciones y a otros contenidos relacionados con el centro en esa región. Cuando recibieron las respuestas en agosto de 2024, se dieron cuenta de que varios proyectos iban mucho más adelante de lo que pensaban. Del mismo modo, cerca de los centros de California, las comunidades han oído promesas de que la producción de hidrógeno sólo provendrá de energías renovables, según Kayla Karimi, abogada de la organización sin ánimo de lucro Center on Race, Poverty and the Environment, con sede en California. Su organización no ha visto ningún contrato o documento que respalde esas promesas más allá de los anuncios iniciales realizados antes de la financiación. Karimi dijo que para obtener información sobre el centro de California más allá de la que aparece en su sitio web, le pidieron a su organización firmar un acuerdo de confidencialidad (NDA, por sus siglas en inglés). El acuerdo le pareció “muy punitivo” y dijo que quienes lo firmaran podrían enfrentarse a consecuencias legales por hablar negativamente del centro de California. La organización de Karimi no firmó el acuerdo y abogó por que los miembros de la comunidad no lo hicieran. EHN también habló con Steven Lehat, director ejecutivo de la compañía de inversiones bancarias Colton Alexander, la cual firmó NDAs para acceder a tres comités privados de planeación del centro en California. Si bien los NDA permiten acceder a más información, sería ilegal compartirla con los miembros de la comunidad. Barreras como esta plantean dudas sobre qué tan equitativo es el proceso de participación comunitaria, inclusive en aquellos casos en los que se usarán fuentes de energías renovables. “Los comentarios de la comunidad han sido muy limitados hasta ahora porque no sabemos sobre qué estamos comentando”, Karimi le dijo a EHN. “Pero aún así tampoco sabríamos si están siendo incorporados, porque no nos han dicho nada [y] no se han comunicado con nosotros”. Cuando le preguntamos sobre los NDA, una vocera para ARCHES, la organización supervisando el centro de producción de California, le dijo a EHN que los acuerdos no eran obligatorios para poder participar en los grupos de trabajo relacionados con el trabajo comunitario o los beneficios. “ARCHES mantiene su principio de participación de las partes interesadas y de la comunidad y seguirá trabajando para garantizar que todas las partes interesadas puedan formar parte de nuestras reuniones comunitarias”, dijo la portavoz en un correo electrónico. “Sin embargo, los acuerdos de confidencialidad son necesarios para convertirse en miembro de ARCHES, ya que las empresas miembro deben sentirse seguras compartiendo información sensible o de propiedad intelectual”.El centro del Pacífico Noroeste se diferenció del resto al tener información pública disponible. Keith Curl Dove, un organizador de la Washington Conservation Action, le dijo a EHN que su organización pudo acceder a la ubicación proyectada para muchos de los proyectos y al historial de trabajo con comunidades indígenas, y dijo que la Cámara de Comercio de Washington intentó responder a todas las preguntas y preocupaciones que su organización presentó.Los políticos del estado expresaron una perspectiva similar. “Tengo que decir que, desde el principio, creo que ha habido un amplio proceso de participación de las partes interesadas, que es diferente de un proceso de participación de la comunidad, para averiguar qué empresas, qué industrias, etc., iban a estar dispuestas a hacer las inversiones para complementar la inversión federal y del estado de Washington en nuestro centro de hidrógeno del noroeste [del Pacífico]”, dijo a EHN Alex Ramel, representante demócrata del estado de Washington. “Dos de las cinco refinerías del estado están en mi distrito y hay otras dos en el distrito de al lado, al norte”, dijo. “Esto quiere decir que el 90% de la capacidad de refinado del estado está justo al lado, y las refinerías van a ser uno de los principales lugares de implantación del hidrógeno en el Estado de Washington, y creo que son un primer cliente importante... porque ya utilizan hidrógeno sucio, y esta es una oportunidad para sustituirlo por hidrógeno verde”.En documentos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el Consejo Asesor sobre Justicia Medioambiental de la Casa Blanca compartió sus preocupaciones sobre los centros de hidrógeno y otras tecnologías de manejo del carbono. “Esta inversión en la “experimentación” de una tecnología que carece de suficiente investigación sobre su seguridad y eficacia crea aún más barreras de desconfianza entre las comunidades afectadas, en particular las que han sido histórica y actualmente son privadas de sus derechos, y los respectivos organismos gubernamentales”, dice el documento.El Consejo añadió que “un planteamiento humano de la gestión del carbono consistiría en dar prioridad a una investigación sólida (no influida por los contaminadores) que incluya un análisis robusto de los posibles riesgos para la salud pública y el medio ambiente”.Estas preocupaciones reflejan las de los individuos en los territorios. “¿De verdad podemos confiar en otro contaminador?” cuestionó Arellano, de Fenceline Watch.Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEste artículo fue traducido por María Paula Rubiano A.Producción y edición de video: Jimmy EvansSobre las autoras: Kristina Marusic cubre temas de salud ambiental y justicia en Pittsburgh y el occidente de Pennsylvania para Environmental Health News. Su nuevo libro, "A New War On Cancer: The Unlikely Heroes Revolutionizing Prevention", revela la existencia de un naciente movimiento a nivel nacional que busca prevenir el cáncer reduciendo la exposición a sustancias químicas cancerígenas en nuestra vida cotidiana. Cami Ferrell es una reportera de vídeo bilingüe para Environmental Health News, radicada en Houston (Texas). Ferrell informa principalmente sobre el desarrollo de la industria petroquímica en la costa del Golfo de Texas.



Esta es la primera parte de una serie de dos entregas. Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federales



En un día lluvioso de septiembre, Veronica Coptis y sus dos hijos se pararon a orillas del río

Monongahela, en un parque cerca a su hogar, observando cómo un par de barcazas cargadas con montones de carbón desaparecían por la ribera.

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“Me preocupa que no están teniendo en cuenta la cantidad de tráfico industrial que este río ya carga y cuánto más va a agregar el centro de hidrógeno”, le dijo Coptis a EHN.

Coptis vive con su esposo y sus hijos en Carmichaels, en Pensilvania, un pueblo otrora dedicado al carbón cercano a la frontera con Virginia Occidental, con unos 434 habitantes. La autoridad hídrica local usa al río Monongahela como fuente de agua. Contaminantes asociados a la actividad industrial y potencialmente cancerígenos, como el bromodiclorometano, cloroformo y dibromoclorometano, se han detectado en el agua potable de la comunidad.

Coptis creció rodeada de mineros del carbón, pero se convirtió en una activista contra este mineral y el fracking después de ser testigo de los daños ambientales causados por la industria de combustibles fósiles.

Ahora, ve una nueva batalla en el horizonte: el Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches, una extensa red de infraestructura que usará principalmente gas natural para crear hidrógeno, que luego será usado como combustible. Se espera que parte del nuevo centro de hidrógeno sea construido en La Belle, que está a unos 30 minutos en auto hacia el norte del río Monongahela desde su casa.

“Me preocupa mucho qué tan grande va a ser este complejo industrial y cómo serán sus emisiones, y si va a aumentar el tráfico en el río y las carreteras”, dijo Coptis, quien trabaja como consejera senior en la oenegé climática Taproot Earth. “También me preocupa que, debido a que esto va a ser hidrógeno azul, aumente la demanda de fracking, y yo ya vivo rodeada de pozos de fracking”.


Pennsylvania activist Veronica Coptis with her two children near a river


carmichaels, pennsylvania, hydrogen hub

El Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches es una de las siete redes de este tipo de infraestructuras propuestas hace un año y financiadas con fondos federales. Son una iniciativa que nació de la Ley Bipartidista de Infraestructura que la administración de Biden logró pasar en 2021. El hidrógeno creado en los centros, que provendrá tanto de fuentes renovables como de combustibles fósiles, será usado por industrias que son difíciles de electrificar, como la siderurgia, la construcción y la producción de petroquímicos.

Los centros apoyan el objetivo de la administración de Biden de alcanzar cero emisiones netas de carbono en todo el país para 2050 y lograr una red eléctrica 100% “limpia” para 2035. Los siete centros de hidrógeno, que están en diversas etapas de desarrollo pero en su mayoría están en la planeación y la selección de sitios, fueron considerados como proyectos de energías limpias bajo la administración de Biden, incluyendo aquellos que usarán combustibles fósiles para la producción.


map of proposed US hydrogen hubs

En marzo y mayo, Coptis asistió a unas sesiones de escucha organizadas por los socios industriales del proyecto y por el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés), que es la entidad encargada del desarrollo de los centros y de repartir los $7 mil millones en fondos federales para ellos. Esperaba que las sesiones le dieran respuestas, como por ejemplo exactamente donde se ubicaran las instalaciones y qué pasaría en ellas. Sin embargo, salió con aún más preguntas.

Las aplicaciones iniciales que los socios industriales presentaron ante el DOE, que incluyeron cronogramas, costos estimados, detalles de las posibles ubicaciones y estimaciones de los impactos en el medio ambiente y la salud, fueron mantenidas en secreto por la agencia a pesar de las frecuentes peticiones de los miembros de la comunidad para que se compartieran esos detalles.

“El Departamento de Energía y las compañías involucradas no han sido transparentes”, dijo Coptis. “No es posible que las comunidades demos aportes significativos sobre los proyectos cuando literalmente no sabemos nada sobre ellos”.

En 2023, la administración de Biden logró aprobar una serie de políticas federales históricas que le ordenaron a 80 agencias nacionales priorizar la justicia medioambiental en todas sus decisiones. El DOE prometió ser un ejemplo a través de los centros de hidrógeno, pero, hasta ahora, esto no ha sucedido, de acuerdo con más de 30 miembros de las comunidades potencialmente afectadas y activistas con los cuales EHN habló. Afirman que los detalles siguen siendo confusos, que las consultas públicas sólo se planifican después de que los socios de la industria ya han recibido millones de dólares en fondos públicos y que las comunidades no intervienen en la toma de decisiones.

“Las promesas que el DOE ha hecho no han sido cumplidas, de acuerdo con la definición de justicia ambiental de la misma entidad”, dijo a EHN Batoul Al-Sadi, un asociado senior en Natural Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambientalista nacional que ha estado presionando para que haya una mayor transparencia en los centros de hidrógeno.

Nuestra investigación también encontró que:

  • En las sesiones iniciales de escucha sobre los centros, 95 de los 113 comentarios públicos que fueron presentados expresaron oposición a los proyectos.
  • 49 de los 113 comentarios expresaron preocupación sobre la falta de transparencia y participación significativa de las comunidades.
  • Más de 100 grupos ambientalistas regionales y nacionales le han enviado cartas al DOE pidiéndole mayor transparencia y mejoras en sus procesos de diálogo con las comunidades.
  • Las comunidades no tienen el derecho de rehusarse a la llegada de los centros de hidrógeno si se prueba que los daños serán mayores que los beneficios.
  • El DOE no se está adhiriendo a sus propios planes de participación comunitaria, de acuerdo con expertos y activistas.

“Hoy, las regulaciones [federales de justicia ambiental] están mejor que nunca”, dijo a EHN Stephen Schima, un experto en regulaciones ambientales y consejero legislativo senior en Earthjustice. “Las agencias tienen la oportunidad de hacer esto de forma correcta… solo es una cuestión de implementación, que ha probado ser un gran reto hasta ahora”.


Ante nuestras preguntas sobre la transparencia y la participación comunitaria en estos procesos, el DOE respondió a EHN que la agencia “está enfocada en conseguir que estos proyectos sean seleccionados para negociar su adjudicación oficialmente ... Una vez adjudicados, el DOE dará a conocer más detalles sobre los mismos”.

Los residentes de las siete comunidades de los centros de hidrógeno temen que, una vez se hayan distribuido millones de dólares en financiación federal para estos proyectos, sus aportes serán irrelevantes.

En julio, los centros de los Apalaches y de California ya habían recibido cada uno $30 millones de dólares y el centro del Pacífico Noroeste ya había recibido $27,5 millones en fondos federales. La financiación para el resto de centros sigue en trámite. En total, se prevé que los siete centros planeados recibirán unos $7 mil millones de dólares en fondos públicos federales.

Jalonne White-Newsome, la jefa de justicia ambiental del Consejo de la Casa Blanca para la Calidad Ambiental, dijo que es consciente de que las comunidades están frustradas por los centros de hidrógeno.

“Paso mucho tiempo trabajando con nuestros colegas del Departamento de Energía [y otras agencias federales] asegurándonos de que estamos apoyando la llegada segura de estas tecnologías”, White-Newsome le dijo a EHN. “Sigo escuchando de muchas formas distintas las preocupaciones de las comunidades: que no hay transparencia, que no hay suficiente información, que hay miedo a la tecnología”.

“Entiendo todas esas preocupaciones”, dijo White-Newsome, quien añadió que el Consejo Asesor de Justicia Medioambiental de la Casa Blanca creó un grupo de trabajo de líderes de justicia medioambiental de todo el país para abordar las tecnologías de captura de carbono y el hidrógeno, y está trabajando con un equipo interno, incluidos los socios de la agencia federal en el DOE, “sobre cómo abordar todas las cuestiones que ha planteado este organismo”.

Los activistas temen que estas medidas sean insuficientes.

“Incluso si éste fuera el mejor proyecto de energía verde, no contaminante y más renovable que llegara a los Apalaches, este proceso no se está ajustando a los principios de justicia ambiental”, señaló Coptis.

Justicia ambiental y preocupaciones por la contaminación 


Two people holding signs against the Mid Atlantic hydrogen hub

Los centros de hidrógeno fueron presentados como una bendición para las comunidades afectadas por la injusticia medioambiental que les traería empleos y desarrollo económico, una reducción en la contaminación aérea producto de un menor uso de combustibles fósiles y la promesa de convertirse en protagonistas de la transición energética en Estados Unidos.

Pero más de 140 organizaciones por la justicia ambiental han firmado cartas públicas resaltando las formas en las que la energía del hidrógeno podría prolongar el uso de combustibles fósiles, crear riesgos y empeorar la contaminación del aire local, de acuerdo con un reporte publicado por la EFI Foundation.

Los centros del Atlántico Medio y del Medio Oeste prevén utilizar energías renovables y energía nuclear además de combustibles fósiles, mientras que los centros de California, el Noroeste del Pacífico y Heartland prevén utilizar combinaciones de energías renovables, biomasa y energía nuclear. Los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo prevén utilizar principalmente combustibles fósiles.

Los centros de hidrógeno serán una densa red de infraestructuras que se extenderán a lo largo de vastas regiones geográficas. Muchos de sus componentes están siendo planeados para aterrizar en comunidades que han sido desproporcionadamente afectadas por la contaminación (principalmente producto de la extracción de combustibles fósiles), para aprovechar la infraestructura ya existente.

Por ejemplo, la región del Canal de Houston, el Inland Empire en California y el noroeste de Indiana incluyen comunidades afectadas por la injusticia ambiental y todas están esperando la llegada tentativa de infraestructuras de los centros de hidrógeno. Las tres regiones figuran entre los peores lugares del país en cuanto a contaminación atmosférica.

El DOE ha dicho que los proyectos solo serán premiados si demuestran que tienen planes para minimizar los impactos negativos y para proveer beneficios para estas comunidades, pero hasta ahora las poblaciones que están esperando la llegada de los centros de hidrógeno dicen que no han visto ningún tipo de información sobre cómo los socios de los proyectos planean hacer esto (alguna información ha sido compartido en el plan de beneficios comunitarios en el de California).

La gente está preocupada de que los centros añadan nuevas fuentes de contaminación industrial a las comunidades ya contaminadas, mientras que los datos sobre los impactos acumulativos de las redes existentes y ampliadas de infraestructuras energéticas siguen siendo escasos.

Las preocupaciones sobre los riesgos de salud son especialmente pronunciados alrededor de los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo debido a su gran dependencia de los combustibles fósiles. EHN escuchó voces preocupadas por las nuevas emisiones procedentes del tráfico de camiones y barcazas, el posible uso del dominio eminente para confiscar propiedades privadas para construir oleoductos, el riesgo de que los oleoductos exploten o tengan fugas y el aumento de las emisiones de óxido de nitrógeno procedentes de la combustión final del combustible de hidrógeno, que contribuiría a aumentar los niveles de contaminación por partículas y ozono. La exposición a este tipo de contaminantes se ha relacionado con múltiples efectos negativos, incluyendo un aumento en el riesgo de cáncer, enfermedades respiratorias y del corazón, nacimientos prematuros y bajos pesos al nacer.

También hay preocupaciones por la dependencia de estos centros de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, las cuales son necesarias para transformar combustibles fósiles en hidrógeno, pero no serán necesarias en aquellos centros que no usen combustibles fósiles para su producción.


Two men holding signs protesting the BP CO2 pipeline


signs protesting the BP CO2 pipeline


buttons protesting the BP CO2 pipeline


La tecnología de captura del carbono es controversial, pues muchos expertos y activistas la consideran una forma de prolongar el uso de combustibles fósiles y han expresado que esta tecnología podría empeorar el cambio climático debido al enorme consumo energético que requiere su implementación. Adicionalmente, debido a que el CO2 capturado contiene sustancias tóxicas, como compuestos orgánicos volátiles y mercurio, la técnica puede plantear riesgos para las aguas subterráneas, el suelo y el aire a través de fugas.

El mes pasado, las autoridades informaron de que la primera planta comercial de secuestro de carbono del país, en Illinois, había tenido dos fugas este año bajo el lago Decatur, una fuente de agua potable para el poblado de Decatur. La empresa propietaria de la planta, ADM, no informó a las autoridades de las fugas durante meses.

“Se trata de comunidades muy arraigadas a procesos extractivos como la minería del carbón y el gas natural, por lo que la llegada de constructores que les proponen algo no es nada nuevo para ellos. Pero cuando se enteran de que los constructores no están interesados en extraer, sino en depositar, en inyectar, se les abren los ojos”, dijo a EHN Ethan Story, director de defensa y abogado del Center for Coalfield Justice, un grupo de defensa de la salud comunitaria del oeste de Pensilvania.

Asociados con el sector de los combustibles fósiles


Cada centro de hidrógeno cuenta con una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una asociación público-privada que supervisa el proyecto. Esta organización está a cargo de crear la propuesta, seleccionar los proyectos, facilitar la participación, recibir y distribuir los fondos federales y actuar como un puente entre el DOE y los socios industriales. Además de la inversión de $7 mil millones de dólares, la financiación para los centros de hidrógeno incluirá inversiones privadas significativas, incentivadas por la Ley de Reducción de la Inflación.

Algunos de los principales contratistas existían antes de que se lanzaran los centros, como Battelle, que está a cargo del centro en los Apalaches, o como el Energy & Environmental Research Center, encargado del centro Heartland. Otros se formaron específicamente para supervisar los proyectos de hidrógeno, como la Alliance for Renewable Clean Hydrogen Energy Systems (ARCHES), que está a cargo del centro en California y HyVelocity, Inc, del centro de la Costa del Golfo.

Además de estos contratistas, los centros tienen socios individuales para los proyectos que incluyen a compañías de combustibles fósiles. En el centro de la Costa del Golfo, Chevron, ExxonMobil y Shell son solo algunas de las compañías de combustibles fósiles incluidas en la lista de socios proyectados. Los socios del proyecto en los Apalaches incluyen a CNX Resources, Enbridge, Empire Diversified Energy y EQT Corporation; y el centro de California lista a Chevron como uno de sus socios.

Esto está sembrando la desconfianza en algunas comunidades.


Community members who are engaged with the MACH 2 Exchange Coalition protesting outside of SEPTA


u200bCommunity member with a STOP MACH2 button outside of the SEPTA (public transit agency) Headquarters in Philadelphia, PA

Por ejemplo, en un documento del DOE publicado en agosto, la agencia informó que EQT Corporation, el segundo mayor productor de gas natural del país, organizaría sesiones de escucha comunitaria y trabajaría para establecer un comité asesor comunitario para sus proyectos en el centro de hidrógeno de los Apalaches. EQT ha acumulado infracciones medioambientales en sus pozos de fracking que culminaron en el desalojo de varias familias de Virginia Occidental. La empresa también ha promovido la desinformación sobre el papel de la industria del gas natural en el empeoramiento del cambio climático.

“Elegir a EQT para hacerse cargo de esta parte del proceso muestra la falta de involucramiento real con la comunidad, la falta de confianza, la falta de transparencia que ha rodeado el proceso de beneficios colectivos [del centro de hidrógeno de los Apalaches]”, dijo a EHN Matt Mehalik, director ejecutivo del Breathe Project, una coalición de oenegés en el occidente de Pensilvania. “La elección de este administrador ilustra la falta de interés por establecer algún tipo de confianza con las comunidades afectadas”, añadió.

Karen Feridun, co-fundadora del grupo activista por el clima de Pensilvania Better Path Coalition, dijo que “si EQT crea un CAC [comité asesor comunitario] será para averiguar qué color de las gorras del ARCH2 [centro de hidrógeno de los Apalaches] prefiere la gente”.

EQT Corporation y Battelle no respondieron a múltiples solicitudes de entrevista, ni a las preguntas específicas que les enviamos sobre el proceso de participación y la supuesta falta de transparencia.

El DOE también tercerizó la gestión de la participación ciudadana en la Costa del Golfo a una organización local – el Houston Advanced Research Center, o HARC, por sus siglas en inglés. La organización fue fundada en 1982 por George Mitchell, también conocido como “el padre del fracking”, a quien se le atribuyó el auge del petróleo proveniente de esquisto en Texas. En 2001, HARC actualizó su misión en su página web, e incluyó una referencia a la mitigación del riesgo climático y el fomento de las energías limpias. En 2023, la organización incluyó la energía del hidrógeno en su planificación estratégica y en su visión empresarial.

Margaret Cook, quien dirige la oficina de equidad climática de HARC y es una representante de sus esfuerzos de participación comunitaria, le dijo a EHN que la organización había contactado a algunos grupos activistas locales para discutir su rol en el proceso de involucramiento ciudadano del centro. Cook dijo que planean incluir una junta asesora conformada por la comunidad que interactuará con las compañías involucradas, y que esta junta aconsejará en cómo deben gastarse los dólares del DOE a nivel regional y comunitario. Adicionalmente, el grupo estará a cargo de organizar los beneficios comunitarios.

“Necesitamos entender sus preocupaciones para poder atenderlas”, dijo Cook. “Y necesitamos entender qué perciben ellos como beneficios que realmente les vaya a ayudar, para que así el proyecto pueda dárselo”.

Shiv Srivastava, investigadora de política pública para Fenceline Watch, una organización de justicia ambiental de Houston, le dijo a EHN: “Pienso que estamos ante un problema de raíz…tienes organizaciones que son elegidas para ser básicamente el conector con la comunidad, el representante del centro ante la gente. Esto es algo que el Departamento de Energía debería hacer directamente”.

Una falta de transparencia y de participación significativa


Algunos describen al East End de Houston como un tablero de ajedrez, donde los límites de sus casas, escuelas y zonas verdes están flanqueados por plantas industriales, aparcamientos, muelles de entrada, chimeneas y refinerías.

La comunidad del East End está en el percentil 99 de exposición a tóxicos en el aire (es decir, que están más expuestos que el 99% de la población en Estados Unidos) y es el hogar de una de las fuentes más grandes de contaminación química del estado de Texas. Los residentes de estos barrios, como Srivastava e Yvette Arellano, directorx ejecutivx de Fenceline Watch, temen que esta enorme presencia industrial sólo aumentará con la introducción del hidrógeno.

“En lo que respecta a la captura de carbono, al secuestro y la captura directa en el aire, son casi principios básicos de [la producción de] hidrógeno”, afirma Srivastava. “Vemos que el hidrógeno se postula rápidamente como la nueva materia prima para la producción petroquímica, y que desplazará a los combustibles fósiles, lo que, para nuestra comunidad, no funciona, porque igual siguen produciendo estos tóxicos contaminantes”.

Arellano le dijo a EHN que Fenceline Watch educa al público sobre proyectos industriales, pero que esta labor ha sido complicada respecto al centro de hidrógeno pues “no hay un proceso de participación ciudadana formal en los siete centro de producción”.

La oficina de demostraciones de energías limpias (OCED, por sus siglas en inglés) del DOE auspició nueve sesiones de escucha iniciales para los centros y resumió los comentarios recibidos durante esas reuniones en su página web. El DOE no dejó las grabaciones disponibles para el público general, pero un análisis de EHN de las transcripciones muestran que la mayoría de comentarios expresaron preocupación sobre temas como la seguridad de los empleados, la localización de los oleoductos, la eficacia de la captura de carbono, el impacto de las emisiones, quién regulará estos proyectos, los permisos, la ubicación de los complejos, barreras lingüísticas y la injusticia medioambiental.

En la sesión sobre el centro de la Costa del Golfo, la comunidad pidió hacer sesiones formales en las que pudieran presentar sus preguntas por escrito y recibir respuestas escritas en el mismo lenguaje sencillo. “Lo que hemos oído es que esa no es la forma en la que se hace este proceso”, dijo Arellano. “Lo que hemos oído es un silencio sepulcral”.

De los 113 comentarios que el DOE transcribió de las sesiones de escucha, 95 expresaron algún tipo de oposición a los proyectos y hubo por lo menos 49 reclamos exigiendo una mayo transparencia y mejor participación ciudadana.


Resident speaks at an event about the Midwest hydrogen hub organized by Just Transition NWI.


Woman looking at materials at an event about the Midwest hydrogen hub organized by Just Transition NWI in August 2024.


EHN también escuchó reclamos más allá de las sesiones de escucha, particularmente relacionadas con la justicia ambiental y la participación ciudadana respecto a todos los centros menos sobre Heartland, que se expandirá a lo largo de Dakota del Norte y del Sur, así como Minnesota (el centro perdió a sus socios clave Marathon Petroleum y TC Energy, así que no es del todo claro si se realizará).

En respuesta a las quejas, el DOE publicó un resumen de los puntos clave que escuchó durante las reuniones y cómo esos comentarios estaban siendo incorporados en el proceso de planeación de los centros de producción. Un vocero de la agencia dijo que este tipo de trabajo con las comunidades es nuevo para el DOE y que los proyectos aún están en las primeras etapas, por lo que la agencia todavía está aprendiendo y trabajando para asegurarse de que las preocupaciones de la gente sean atendidas de forma adecuada.

Añadieron que la oficina de demostraciones de energías limpias (OCED) ha llevado a cabo más de 70 reuniones con la gente de la comunidad y grupos organizados, funcionarios locales, personal de primeros auxilios, sindicatos y otros grupos comunitarios, y que ha ofrecido sesiones informativas a más de 4.000 personas en las regiones de los centros de hidrógeno.

“Tengo preguntas y preocupaciones”, dijo el senador demócrata por el estado de Dakota del Norte, Tim Mathern. “Hasta ahora, he apoyado al proyecto, pues se presenta como una alternativa de combustible más limpia que los fósiles y mejor para nuestro planeta. Pero se ha dado muy poca información sobre los impactos ambientales y me gustaría saber más”.

EHN buscó a otros políticos en los 16 estados en donde se realizarán estos proyectos y recibió cinco respuestas, cuatro de ellas provenientes de las regiones en donde se construirá el centro del Pacífico Noroeste. La mayoría de estas respuestas señalaron la necesidad de contar con más información, tal y como lo han expresado sus votantes.

“Ha habido relacionamiento con funcionarios locales y algunos funcionarios estatales”, le dijo el representante repúblicano de Montana, Denley Loge, a EHN. “La mayoría [de personas] no entienden bien pero tampoco buscan información por su parte. A nivel local, cuando se han hecho reuniones, muy poquita gente va, pero los rumores desinformados se expanden fácilmente”.

La representante demócrata texana Penny Morales Shaw expresó su apoyo al centro de la Costa del Golfo.

“Como representante estatal, recibo mucha información de mis constituyentes todos los días sobre la mala calidad del aire y la forma cómo las condiciones ambientales impactan su salud y calidad de vida”, Morales Shaw le dijo a EHN. “Los centros de hidrógeno pueden ayudarnos a alcanzar las emisiones netas de carbono cero y todos queremos asegurarnos de que se logre de forma eficaz y colaborativa”.

Las sesiones de escucha del DOE son solo una de las formas en las que las comunidades han pedido mejoras en el proceso de participación. EHN también hizo seguimiento a las solicitudes escritas en relación con la transparencia fuera de estos espacios. Encontramos que:

  • Un grupo de líderes de distintas organizaciones activistas a nivel nacional, incluyendo al Clean Air Task Force, el Environmental Defense Fund y el Natural Resources Defense Counsel, también le pidieron formalmente al DOE mayor transparencia y participación.
  • 54 organizaciones de los Apalaches y grupos de base firmaron una carta dirigida al DOE en la que pedían suspender el proyecto, citando una falta de transparencia y participación.
  • 32 grupos de la región del Atlántico Medio firmaron una carta para el DOE diciendo que la primera reunión sobre el proyecto fue inaccesible para muchos residentes y, una vez más, pidiendo mayor transparencia y participación.
  • 15 organizaciones de base enviaron una carta al DOE expresando sus frustraciones sobre el mismo tema en el centro del Medio Oeste.
  • Nueve grupos activistas por la justicia y el ambiente en California hicieron un llamado similar relacionado con los mismos problemas.
  • Una coalición de grupos de Texas, California, Washington, Pensilvania, Nuevo México e Indiana pidieron mejorar la transparencia y participación en un reporte.
  • A falta de una participación significativa en los proyectos, una coalición de grupos activistas también ha publicado recientemente su propia “Guía de beneficios comunitarios en el suroeste de Pensilvania” con la esperanza de que el proyecto del centro de hidrógeno de los Apalaches, y otros similares, la utilicen como referencia.

Un vocero del DOE dijo que la agencia ha respondido de forma directa a más de 50 cartas pero la mayoría de esas respuestas no están disponibles para el público. Los activistas que recibieron estas respuestas le dijeron a este medio que no se encuentran satisfechos. La agencia se negó a responder nuestras preguntas sobre si estaba trabajando para responder a los reclamos específicos contenidos en dichas misivas.

En una presentación inicial sobre los centros, el DOE discutió las etapas de “autorizado / no autorizado” de los proyectos, que requieren que haya participación ciudadana antes de continuar. Esto le hizo creer a muchas comunidades que los proyectos podrían no hacerse si decidían que los costos eran mayores que los beneficios. Resultó ser una apreciación equivocada.

“Las comunidades no tienen el derecho a negarse”, dijo el DOE en julio, en un correo electrónico respondiendo a preguntas que les enviaron organizaciones sobre el centro del Atlántico Medio. “Este no es un requisito del programa H2Hubs”.

Algunas personas, incluyendo a Feridun de la Better Path Coalition en Pensilvania, se sintieron engañadas. “Nos han repetido una y otra vez lo de estas decisiones de ‘autorizado / no autorizado’ y de cómo participaremos en cada una de ellas, pero eso simplemente no es lo que está ocurriendo”.

Los activistas cuestionan qué tan ético es que el gobierno federal pueda autorizar nuevas fuentes de contaminación en comunidades impactadas por la injusticia ambiental, sin que necesiten el consentimiento de las mismas.

También hay una percepción generalizada de que los socios industriales de los centros están prosiguiendo con la planeación de reuniones a puerta cerrada con funcionarios de la agencia federal, sin contar con la participación de los ciudadanos.

“El DOE apareció en la primera sesión de escucha como un co-anfitrión de la llamada [ junto a los socios industriales]”, dijo Chris Chyung, el director ejecutivo del grupo de activismo ambiental Indiana Conservation Voters, sobre la experiencia en las reuniones sobre el centro de hidrógeno del Medio Oeste. “Esto crea un dilema ético, pues se supone que el DOE debe ser un mediador que supervisa el uso de este dinero y defiende los intereses de los contribuyentes que lo pagan”.

En la costa este, el principal contratista del centro del Atlántico Medio organizó reuniones de networking mensuales para los socios corporativos con un costo de participación de entre $25 y $50 dólares y que no están abiertas al público. También estableció un programa de membresías que cuesta entre $2,500 y $10,000 dólares y que le da a sus miembros acceso gratuito a webinars educativos, inscripciones gratuitas para la “Conferencia Anual de Hidrógeno MACH2” y acceso a eventos exclusivos para miembros y a un sitio web con información adicionales sobre los proyectos.

En un correo electrónico dirigido a activistas locales que preguntaron porqué estas oportunidades no estaban disponibles para el público general, un vocero del DOE dijo que las reuniones de networking eran para “negocios, startups y otras partes interesadas en la economía de la energía limpia” y que “no están diseñadas para reemplazar los eventos con la comunidad”.

“Nuestra preocupación más grande es que muchos de estos proyectos que se están configurando como fundamentales [para el desarrollo del centro del Atlántico Medio] están avanzando sin nuestro involucramiento” le dijo a este medio Tracy Carluccio, quien es la directora adjunta del Delaware Riverkeeper Network. En noviembre de 2023, la oenegé que lidera Carluccio presentó una solicitud FOIA para acceder a estas aplicaciones y a otros contenidos relacionados con el centro en esa región. Cuando recibieron las respuestas en agosto de 2024, se dieron cuenta de que varios proyectos iban mucho más adelante de lo que pensaban.

Del mismo modo, cerca de los centros de California, las comunidades han oído promesas de que la producción de hidrógeno sólo provendrá de energías renovables, según Kayla Karimi, abogada de la organización sin ánimo de lucro Center on Race, Poverty and the Environment, con sede en California. Su organización no ha visto ningún contrato o documento que respalde esas promesas más allá de los anuncios iniciales realizados antes de la financiación.

Karimi dijo que para obtener información sobre el centro de California más allá de la que aparece en su sitio web, le pidieron a su organización firmar un acuerdo de confidencialidad (NDA, por sus siglas en inglés). El acuerdo le pareció “muy punitivo” y dijo que quienes lo firmaran podrían enfrentarse a consecuencias legales por hablar negativamente del centro de California. La organización de Karimi no firmó el acuerdo y abogó por que los miembros de la comunidad no lo hicieran.


People holding sign that says NO MACH2

EHN también habló con Steven Lehat, director ejecutivo de la compañía de inversiones bancarias Colton Alexander, la cual firmó NDAs para acceder a tres comités privados de planeación del centro en California. Si bien los NDA permiten acceder a más información, sería ilegal compartirla con los miembros de la comunidad. Barreras como esta plantean dudas sobre qué tan equitativo es el proceso de participación comunitaria, inclusive en aquellos casos en los que se usarán fuentes de energías renovables.

“Los comentarios de la comunidad han sido muy limitados hasta ahora porque no sabemos sobre qué estamos comentando”, Karimi le dijo a EHN. “Pero aún así tampoco sabríamos si están siendo incorporados, porque no nos han dicho nada [y] no se han comunicado con nosotros”.

Cuando le preguntamos sobre los NDA, una vocera para ARCHES, la organización supervisando el centro de producción de California, le dijo a EHN que los acuerdos no eran obligatorios para poder participar en los grupos de trabajo relacionados con el trabajo comunitario o los beneficios.

“ARCHES mantiene su principio de participación de las partes interesadas y de la comunidad y seguirá trabajando para garantizar que todas las partes interesadas puedan formar parte de nuestras reuniones comunitarias”, dijo la portavoz en un correo electrónico. “Sin embargo, los acuerdos de confidencialidad son necesarios para convertirse en miembro de ARCHES, ya que las empresas miembro deben sentirse seguras compartiendo información sensible o de propiedad intelectual”.

El centro del Pacífico Noroeste se diferenció del resto al tener información pública disponible. Keith Curl Dove, un organizador de la Washington Conservation Action, le dijo a EHN que su organización pudo acceder a la ubicación proyectada para muchos de los proyectos y al historial de trabajo con comunidades indígenas, y dijo que la Cámara de Comercio de Washington intentó responder a todas las preguntas y preocupaciones que su organización presentó.

Los políticos del estado expresaron una perspectiva similar.

“Tengo que decir que, desde el principio, creo que ha habido un amplio proceso de participación de las partes interesadas, que es diferente de un proceso de participación de la comunidad, para averiguar qué empresas, qué industrias, etc., iban a estar dispuestas a hacer las inversiones para complementar la inversión federal y del estado de Washington en nuestro centro de hidrógeno del noroeste [del Pacífico]”, dijo a EHN Alex Ramel, representante demócrata del estado de Washington.

“Dos de las cinco refinerías del estado están en mi distrito y hay otras dos en el distrito de al lado, al norte”, dijo. “Esto quiere decir que el 90% de la capacidad de refinado del estado está justo al lado, y las refinerías van a ser uno de los principales lugares de implantación del hidrógeno en el Estado de Washington, y creo que son un primer cliente importante... porque ya utilizan hidrógeno sucio, y esta es una oportunidad para sustituirlo por hidrógeno verde”.

En documentos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el Consejo Asesor sobre Justicia Medioambiental de la Casa Blanca compartió sus preocupaciones sobre los centros de hidrógeno y otras tecnologías de manejo del carbono. “Esta inversión en la “experimentación” de una tecnología que carece de suficiente investigación sobre su seguridad y eficacia crea aún más barreras de desconfianza entre las comunidades afectadas, en particular las que han sido histórica y actualmente son privadas de sus derechos, y los respectivos organismos gubernamentales”, dice el documento.

El Consejo añadió que “un planteamiento humano de la gestión del carbono consistiría en dar prioridad a una investigación sólida (no influida por los contaminadores) que incluya un análisis robusto de los posibles riesgos para la salud pública y el medio ambiente”.

Estas preocupaciones reflejan las de los individuos en los territorios.

“¿De verdad podemos confiar en otro contaminador?” cuestionó Arellano, de Fenceline Watch.

Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federales

Este artículo fue traducido por María Paula Rubiano A.

Producción y edición de video: Jimmy Evans


Sobre las autoras:

Kristina Marusic cubre temas de salud ambiental y justicia en Pittsburgh y el occidente de Pennsylvania para Environmental Health News. Su nuevo libro, "A New War On Cancer: The Unlikely Heroes Revolutionizing Prevention", revela la existencia de un naciente movimiento a nivel nacional que busca prevenir el cáncer reduciendo la exposición a sustancias químicas cancerígenas en nuestra vida cotidiana.

Cami Ferrell es una reportera de vídeo bilingüe para Environmental Health News, radicada en Houston (Texas). Ferrell informa principalmente sobre el desarrollo de la industria petroquímica en la costa del Golfo de Texas.


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Photos courtesy of

Jimmy Carter Wasn’t a Liberal

Timothy Noah is a staff writer at the New Republic and a former labor policy editor at POLITICO.

Everybody knows that Jimmy Carter was America’s last truly liberal president until Barack Obama. But everybody is wrong. Carter was the first in the conservative line of presidents more commonly associated with Ronald Reagan.Carter’s 1980 defeat by Reagan, after serving a single term, “marked the decline and fall of the public’s faith in statist liberalism,” the late Sen. Jesse Helms (R.-N.C.) once said. A more favorable popular conceit, as described by the journalist Nicholas Lemann, is that Carter was “too much the good-hearted liberal to maintain a hold on the presidential electorate.”These misconceptions seem plausible today because Carter’s four-decade post-presidency was notably more left-leaning than his presidency ever was. The ex-president’s peace missions to North Korea and Cuba and his frequent criticisms of U.S. policies regarding everything from the Palestinians (whose treatment by Israel he famously likened to apartheid) to domestic surveillance (“unprecedented violations of our rights to privacy”) positioned Carter well to the left of Republican and Democratic successors alike.Historical memory of Carter’s presidency is also distorted by a failure to consider his administration’s policies in their proper historical context. The creation of the Education Department, for example, or passage of the oil windfall profits tax, seem liberal only when you forget that the political spectrum drifted rightward for three decades after Carter left office. Judged outside that context, even many of Reagan’s policies today seem liberal.In truth, the pendulum started swinging to the right before Carter took office, and continued doing so under Carter’s presidency. Reagan didn’t change the pendulum’s direction; he just accelerated its speed.Carter’s two Democratic predecessors in the White House, John F. Kennedy and Lyndon Johnson, spoke expansively of what government could do. Carter, a former governor in the conservative Deep South, preferred to point out that there was much government couldn’t do. “There is a limit to the role and the function of government,” Carter said in his 1978 State of the Union speech. “Government cannot solve our problems.”Reagan would subsequently rework that statement (in his first inaugural address) into “Government is not the solution to our problem; government is the problem,” which carried the thought much further than Carter ever would. Nor would Carter have likely declared, as President Bill Clinton did in 1996, that “the era of big government is over.”But Carter’s warning about government’s limitations, anodyne though it may seem today, shocked liberals at the time. “Can anyone imagine Franklin D. Roosevelt talking this way?” fumed the historian and political activist Arthur Schlesinger Jr. “Can anyone imagine Harry Truman, John Kennedy, Lyndon Johnson, Hubert Humphrey, or George McGovern uttering those words?” Carter, Schlesinger concluded, “is not a Democrat — at least in anything more recent than the Grover Cleveland sense of the word.”Bob Shrum, the liberal Democratic operative who would later be a political consultant to Al Gore’s and John Kerry’s presidential campaigns, found Carter so hesitant to support liberal positions that he quit Carter’s 1976 campaign after 10 days. “Your strategy is largely designed to conceal your true convictions,” Shrum wrote in his resignation letter, “whatever they may be.” Four years later Shrum was a speechwriter for Sen. Ted Kennedy (D-Mass.), who in the Democratic presidential primaries challenged Carter, unsuccessfully, from the left.If Shrum was a fish out of water with Carter, Carter was a fish out of water among Kennedy and other liberal Democrats. “I feel more at home with the conservative Democratic and Republican members of Congress than I do the others,” he confided in his White House diary, “although the liberals vote with me more often.”The New Deal liberal ascendancy with which Carter is wrongly associated ended around 1974. It was killed off by the white backlash to the civil rights movement, which ended Democratic dominance in the South; by the Vietnam war, which ended Lyndon Johnson’s presidency and split the Democrats into warring factions; by the 1973 Arab oil embargo, which ended permanently the widely shared prosperity that undergirded liberal policies after 1945; and by the Watergate scandal that expelled Richard Nixon from the White House.This last might seem counterintuitive, given that Nixon was a Republican much reviled by liberal Democrats. And indeed, Watergate’s immediate consequences were a Democratic congressional sweep in 1974 (the so-called “Watergate babies”) and Carter’s own narrow victory over Gerald Ford two years later. But Vietnam’s “credibility gap” and Watergate’s outright criminality undermined the public’s faith in government, a shift that over the long term mostly benefited the anti-government right.Watergate also put Ford, a Republican notably more conservative than Nixon, into the Oval Office. Nixon’s domestic policies, it’s often observed, were largely a continuation of New Deal liberalism (the main exception, ironic given Nixon’s own law-breaking, being the area of criminal justice). Among other actions, Nixon created the Environmental Protection Agency (the regulatory agency most hated by conservatives today); proposed what amounted to a guaranteed family income; and imposed wage and price controls. It’s difficult to imagine Ford — who would expel Henry Kissinger for being too pro-détente, deny New York City a bailout when it verged on bankruptcy, and look nervously over his shoulder at a right-flank primary challenge from Reagan — doing any of these things.But tempting though it is to name Ford rather than Carter the first president of the conservative ascendancy, he must be denied that prize, for three reasons. First, he was in the White House only two years, barely enough time to change the drapes. Second, political circumstances required Ford to focus mainly on calming the waters after the “long national nightmare” that was Watergate. Third, Ford was temperamentally inclined, as former House minority leader in a Congress far more courteous and clubby than today’s, to work cooperatively.Carter was a different animal altogether.It would be wrong to call Carter himself a conservative. He was instead a Southern liberal, which meant that from a national perspective he was a somewhat conservative Democrat. He was fiscally conservative, and bequeathed Reagan a budget deficit of about $74 billion. That was thought high at the time, but within five years Reagan had more than doubled it, after inflation. As a percentage of GDP, the deficit fell under Carter; it would rise under Reagan, who preached fiscal conservatism but did not practice it.The twin pillars of conservatism today are opposition to taxes and opposition to regulation. These first came to the fore during Carter’s presidency.On taxes, Carter’s own ambitions were liberal. But he couldn’t sell his progressive tax reform to Congress because a nationwide tax revolt was spreading, sparked by passage of Proposition 13, a California initiative limiting property taxes. That revolt can be blamed, at least in part, on Carter for failing to address effectively the out-of-control inflation that was jacking up home values (and therefore property taxes). Even here, though, it should be remembered that the government official widely credited with finally curbing, in the early 1980s, the decadelong Great Inflation was Paul Volcker, chair of the Federal Reserve Board — and a Carter appointee.With his tax reform a dead letter, Carter signed into law instead a 1978 bill initiated by Rep. Jack Kemp (R-N.Y.) and Sen. William Roth (R-Del.) that lowered substantially the capital gains tax. The rest, as they say, is history. “Emboldened by their ability to force a Democratic president and Congress to enact what was essentially a conservative tax bill,” Kemp aide Bruce Bartlett would later recall, Kemp and Roth “pressed on with more radical tax reduction efforts” that won enthusiastic support from candidate Reagan and were enacted in 1981. This second Kemp-Roth tax bill is now remembered as the signature legislative embodiment of supply-side economics, the reigning economic doctrine of the Reagan years.The Carter era also saw calls for government deregulation begin to take fruit. Carter’s focus was on economic deregulation, a cause then supported even by liberals like Ted Kennedy and Ralph Nader on the theory that it would expose corporations to unwanted competition that would benefit consumers. It was under Carter that Congress passed significant bills deregulating the trucking, railroad and airline industries; these would be followed by more sweeping deregulation under Reagan, Bush and Clinton of bus travel, shipping, energy, telecommunications and banking, and by new statutory restrictions on health and safety regulations.The conservative movement has always valued a strong military. Carter is remembered as weak on defense because his April 1980 attempt to rescue Americans held hostage in Iran ended in ignominious failure. (The New Republic labeled it “The Jimmy Carter Desert Classic.”) But, particularly for a Democrat, Carter was notably pro-defense. He had, after all, spent 10 years in the Navy — more years of military service than any president since Dwight Eisenhower. Contrary to popular wisdom, it was Carter, not Reagan, who reversed the decline in military spending (after inflation) that followed U.S. withdrawal from the Vietnam War. Reagan would merely accelerate that rate of growth.Carter displeased conservatives by granting unconditional amnesty to Vietnam draft evaders, which infuriated hawks at the time. But Carter’s program merely expanded a clemency program Ford had instituted three years earlier. Nor was the amnesty as “unconditional” as advertised; in his 2008 book “The Age of Reagan,” the historian Sean Wilentz observed that it “sustained many of the burdens imposed by Ford” and that as a result “very few Vietnam-era military deserters and AWOLS would ever receive any form of legal relief.”Since the ‘80s it’s been de rigueur for presidential candidates of both parties to position themselves as Washington outsiders who will challenge the capital’s corrupt culture — a game at which Republicans bent on shrinking government enjoy a home field advantage. That competition began with Jimmy Carter.Carter’s whole campaign was predicated on the idea that America desperately needed someone to restore honesty and decency to government. “For a long time our American citizens have been excluded, sometimes misled, sometimes have been lied to,” he said in a 1976 debate with Ford. Carter promised to be different: “I’ll never tell a lie. I’ll never make a misleading statement. I’ll never betray the confidence that any of you has in me, and I will never avoid a controversial issue.” It was a preposterous and sanctimonious pledge, one no living, breathing politician could hope ever to live up to. But it was what voters wanted to hear after Watergate and Vietnam.Carter was also the first president of the modern era to legitimize, for good or ill, extensive discussion by a presidential candidate of his personal faith — another arena that would prove more hospitable to conservatives than liberals.Before Carter, U.S. presidents thought it in poor taste to go on too much about their religious beliefs. True, Eisenhower added “under God” to the Pledge of Allegiance and formalized “In God We Trust” as the national motto, and he once said “I am the most intensely religious man I know.” But Ike wasn’t even a regular churchgoer before he became president, and he was never particularly voluble about his Presbyterianism (or about anything else). Kennedy saw his Catholic religion as more liability than asset, and neither LBJ nor Nixon, despite their many photo ops with the Rev. Billy Graham, was especially devout. Ford was, but would later explain, “I didn't think it was appropriate to advertise my religious beliefs.”Carter changed that. He was the first president ever to declare himself “born again,” and the first to rely on evangelicals to win the presidency. Carter’s election coincided with the politicization of evangelical Christianity, which would play a significant role in presidential politics during the 1980s and 1990s. But the movement’s conservatives quickly established political dominance with the establishment of Jerry Falwell’s Moral Majority in 1979 and the transformation of Pat Robertson’s Christian Broadcasting Network from a small regional broadcast network to a national cable network. As a result, the evangelical vote shifted from Carter to Reagan. By 2000, Carter’s own Southern Baptist church had moved so far to the right — or perhaps he to the left — that he severed his ties to it.The rightward shift under Carter was slight compared to the changes that would come later under Reagan, whom the smartest political thinkers, before his 1980 victory, judged way too conservative to be elected president. (So much for smart political thinkers.) Minor adjustments to the New Deal political consensus under Carter became major adjustments during what historians properly term the Reagan era, which lasted at least until 2008 and in many respects lingers today. But the first president of that era wasn’t a former Hollywood actor turned governor. It was a former Naval engineer turned peanut farmer turned governor. That’s not a laurel Carter would have been pleased to receive, but it’s his just the same.

Sloths, Salmon, and Autocrats: Our Most-Read Articles of the Year

Solutions to our environmental ills abound in these popular Revelator articles from 2024. The post Sloths, Salmon, and Autocrats: Our Most-Read Articles of the Year appeared first on The Revelator.

Environmental news stories tend to slip through the cracks during election years — and this year we saw that like none other. Still, this year brought more readers than ever to The Revelator. People wanted to know about the environmental threats the planet faces — and how to stop them. Solutions stories were particularly popular this year, a sign that people are done with putting up with the status quo. Maintaining that energy and drive will be difficult but essential in 2025. Here’s a list of some of our most popular articles of 2024. They cover people helping sloths and other endangered species, studying our blind spots, building environmentally conscious communities, looking at the threats of autocracy, and fighting climate change. They should all continue to offer inspiration and guidance in the troublesome year(s) ahead. Adapt, Move or Die? Plants and Animals Face New Pressures in a Warming World All the Plants We Cannot See Antarctica’s Looming Threat Anthrax in Zimbabwe: Caused by Oppression, Worsened by Climate Change Are Botanists Endangered? Building a Flock: How an Unlikely Birder Found Activism — and Community — in Nature Burning Trees: As the Biomass Industry Grows, Its Carbon Emissions Go Uncounted Coastal Restoration: Recycled Shells and Millions of Larvae — A Recipe for Renewed Oyster Reefs Conservation Works — and Science Just Proved It Environmental Change, Written in the DNA of Birds In France, One Group Seeks to Do the Unthinkable: Unite the Climate Movement The Monumental Effort to Replant the Klamath River Dam Reservoirs Out-of-Control Wildlife Trade Is Shackling a Key Climate Solution Rock and Roll Botany: An Endangered Plant Named After Legendary Guitarist Jimi Hendrix Salmon Have Returned Above the Klamath River Dams. Now What? The Shocking Truth About Sloths Six Lessons From the World’s Deadliest Environmental Disaster Titicaca in Crisis: Climate Change Is Drying Up the Biggest Lake in the Andes Water and Cooperation Breathe New Life Into Klamath Basin Wildlife Refuges What 70 Celebrity Tortoises Can Teach Us About Conservation Stories We’re thankful for our readers this past year. We look forward to bringing you more essential reporting in the months ahead. The post Sloths, Salmon, and Autocrats: Our Most-Read Articles of the Year appeared first on The Revelator.

We used Google’s AI to analyze 188 predictions of what’s in store for tech in 2025

At this time of year investment banks, advertising agencies, and seemingly every other business on the planet share their predictions on what is likely to unfold in the next 12 months. Journalists’ inboxes sag under the weight of unsolicited predictions for the year ahead. But separating the wheat from the chaff when it comes to forecasts of the year ahead can be tricky. Use a technology that has come into its own in 2024—generative artificial intelligence—may help. NotebookLM, Google’s note-taking and research assistant, uses its Gemini large language model to synthesize information from a vast number of sources. More importantly for journalism, which tries to avoid errors, it also cites where it gets its information from. Fast Company fed 188 reports looking ahead to 2025 from a variety of industries into NotebookLM (because the tool has a limit of 50 sources per notebook, we were forced to divide it into four separate ones), then asked the chatbot to help pick out patterns in the information. What follows is a human-summarized version of AI’s analysis. AI will remain everywhere Artificial intelligence has changed the way we live and work in the last two years, and going into 2025, many of those 188 reports are in agreement that AI will continue to have a huge impact. The technology will be more actively integrated into business operations across sectors, a significant number agreed. “AI was the big story of 2023 and 2024, and that has not changed. In fact, AI adoption will likely begin to accelerate in 2025 as energy and commodities companies gain confidence in use cases that promote optimization and innovation,” wrote Publicis Sapient, a digital consultancy, in its 2025 outlook. But AI’s use will be deployed across industries. AI is predicted to shift from a “nice-to-have” to a “must-have” tool for B2B marketers, with adoption increasing for content creation, personalization, predictive analytics, and campaign optimization,” wrote EssenceMediacom, a GroupM marketing agency, in its look ahead. Banks like Barclays believe AI will play a significant role in financial markets, with investors deploying it to try to get ahead. CB Insights believes AI-powered weather prediction could transform the insurance industry in 2025. But others sound a note of caution: in its 2025 trends analysis, Zendesk highlights the risk of so-called “shadow AI” use by employees without their employers’ permission, noting in some industries such shadow use has grown 250%, causing security risks. S&P Global suggests that AI, particularly generative AI, is driving a shift towards focusing on product and service quality improvements and revenue growth—but others worry about the need to ethically develop AI, and to not assume that its training data is obtained officially. Sustainability challenges AI adoption Many reports said 2025 will see consumers and businesses prioritize sustainability—a challenge given the ubiquitous use of AI. Nearly two-thirds of organizations are concerned about the impact of AI and machine learning projects on their energy use and carbon footprint, according to S&P Global. Juniper Research highlights the rise of sustainable fintech as a differentiator for banks, with consumers seeking out financial institutions aligned with their values around climate change and social impact. Similar trends are seen in sectors like the travel industry, where it’s forecast that travelers will pay more for products and services that support biodiversity. Overall, business process management firm WNS Global Services points out that sustainability is no longer a niche concern, but an expectation from the mainstream. Consumers expect brands to lead in addressing environmental issues. Some 61% of US consumers believe that, according to Mintel, a market analyst. Some sectors are doing better than others: biotech ingredients are becoming more common in beauty products, with companies developing in the lab ingredients that replicate nature without depleting resources. Glycoproteins derived from lobsters are gaining traction, Mintel says, offering beauty benefits while supporting marine conservation. The world will remain weird One thing that many forecasts agree on is that they can’t agree on things. Everything from economic fluctuations, geopolitical shifts and the climate crisis are likely to vex us in 2025. The landscape will be volatile, with wildly divergent economic forecasts. UK bank NatWest anticipates market volatility stemming from shifts towards fiscal activism, terminal rates, and global protectionism. Nielsen, which predicts consumer behavior, believes normalized inflation levels and lower interest rates could improve consumer confidence and get us spending… but quickly adds: “However, as we have seen in frantic shifts of the recent past, these pockets of recovery can be fragile—and could evaporate as quickly as they sprout.” There’s also a split over interest rate trends worldwide. While multiple sources anticipate rate reductions, there’s uncertainty about the speed and extent of these cuts. AXA worries social tensions and movements could be a big risk to future growth, alongside climate change and geopolitical instability, while bank Allianz cautions readers about potential “disinflation hiccups” and raises concerns about the potential of geopolitical instability and cybersecurity problems in the year ahead. But consumers are more optimistic than pessimistic, says customer experience platform Disqo, with a particular Millennials, Black consumers, and “very liberal” individuals more eager for the year ahead than others. What will China do? Chinese influence will continue to rise, the reports agreed. Foresight Factory highlighted the growing popularity of Chinese brands such as Shein and Temu internationally continuing into 2025. Chinese culture could also become more influential, with trends like the celebration of Lunar New Year and the embrace of Chinese fashion and C-beauty becoming more common outside China. But China’s potential strength abroad is countered by worries of weakness at home. Geopolitical tensions, and the likelihood of tariff wars between the US and China, could impact global trade and integration, many worried. Multiple sources, from the IMF to Goldman Sachs and JP Morgan agree that China’s economic growth is slowing. Julius Bär suggested that China has entered a “balance sheet recession”, with a highly indebted private sector focused on saving rather than spending or investing. Chinese policymakers will take action to try and stimulate the economy, the forecasts believe. “There is a clear realization that exports can no longer be a reliable growth engine given the headwinds from trade tensions and tariff risks under the new US administration,” writes HSBC. Goldman Sachs estimates that US tariffs could subtract almost 0.7 percentage points from China’s growth in 2025. Invesco also highlights recent stimulus efforts, particularly in the housing market, where mortgage rate cuts aim to encourage borrowing and spending. Gen Z rules all—but is cautious “Gen Z are the ultimate entrepreneurs,” write financial consulting firm Mercer in their HR Trends for 2025 report. Youngsters cherish financial security and companies that have a demonstrated positive impact on society. Gen Z’s hope for financial security has been dubbed “muted desire” by Italian market researchers Nextatlas, and suggests a shift in consumption patterns towards more mindful spending habits. TikTok is Gen Z’s most used app, says DCDX, a Gen Z-specific research agency—which could spell trouble if it is banned in January in the United States. One tech tool they’re cautious about? ChatGPT and its ilk. Alongside other generations Gen Z is becoming more discerning about the limitations of generative AI, according to analysts Euromonitor International. Key among Gen Z’s concerns are cautions about the potential for AI-generated misinformation and its impact on job security. The oddest predictions More niche outlooks for 2025 include Bacardi’s prediction that loud nightclubs will be supplanted by more relaxed “listening bars”, where venues prioritize good music, high-quality sound systems and a laid-back experience. Futurist Jim Carroll believes cash will “have all but disappeared” by 2025, though whether “tofu tourists” (identified as an odd trend for 2025 by Lemongrass, a travel PR agency, and describing people who seek out vegan and plant-based travel experiences) will be able to pay for their egg- and dairy-free purchases using Apple Pay or Venmo in more remote areas of the world is yet to be known. They may well dig into their wallets and bring out physical cash for ugly cakes or pickle-flavored foods, both of which are pegged by social network Pinterest as key trends for next year.

At this time of year investment banks, advertising agencies, and seemingly every other business on the planet share their predictions on what is likely to unfold in the next 12 months. Journalists’ inboxes sag under the weight of unsolicited predictions for the year ahead. But separating the wheat from the chaff when it comes to forecasts of the year ahead can be tricky. Use a technology that has come into its own in 2024—generative artificial intelligence—may help. NotebookLM, Google’s note-taking and research assistant, uses its Gemini large language model to synthesize information from a vast number of sources. More importantly for journalism, which tries to avoid errors, it also cites where it gets its information from. Fast Company fed 188 reports looking ahead to 2025 from a variety of industries into NotebookLM (because the tool has a limit of 50 sources per notebook, we were forced to divide it into four separate ones), then asked the chatbot to help pick out patterns in the information. What follows is a human-summarized version of AI’s analysis. AI will remain everywhere Artificial intelligence has changed the way we live and work in the last two years, and going into 2025, many of those 188 reports are in agreement that AI will continue to have a huge impact. The technology will be more actively integrated into business operations across sectors, a significant number agreed. “AI was the big story of 2023 and 2024, and that has not changed. In fact, AI adoption will likely begin to accelerate in 2025 as energy and commodities companies gain confidence in use cases that promote optimization and innovation,” wrote Publicis Sapient, a digital consultancy, in its 2025 outlook. But AI’s use will be deployed across industries. AI is predicted to shift from a “nice-to-have” to a “must-have” tool for B2B marketers, with adoption increasing for content creation, personalization, predictive analytics, and campaign optimization,” wrote EssenceMediacom, a GroupM marketing agency, in its look ahead. Banks like Barclays believe AI will play a significant role in financial markets, with investors deploying it to try to get ahead. CB Insights believes AI-powered weather prediction could transform the insurance industry in 2025. But others sound a note of caution: in its 2025 trends analysis, Zendesk highlights the risk of so-called “shadow AI” use by employees without their employers’ permission, noting in some industries such shadow use has grown 250%, causing security risks. S&P Global suggests that AI, particularly generative AI, is driving a shift towards focusing on product and service quality improvements and revenue growth—but others worry about the need to ethically develop AI, and to not assume that its training data is obtained officially. Sustainability challenges AI adoption Many reports said 2025 will see consumers and businesses prioritize sustainability—a challenge given the ubiquitous use of AI. Nearly two-thirds of organizations are concerned about the impact of AI and machine learning projects on their energy use and carbon footprint, according to S&P Global. Juniper Research highlights the rise of sustainable fintech as a differentiator for banks, with consumers seeking out financial institutions aligned with their values around climate change and social impact. Similar trends are seen in sectors like the travel industry, where it’s forecast that travelers will pay more for products and services that support biodiversity. Overall, business process management firm WNS Global Services points out that sustainability is no longer a niche concern, but an expectation from the mainstream. Consumers expect brands to lead in addressing environmental issues. Some 61% of US consumers believe that, according to Mintel, a market analyst. Some sectors are doing better than others: biotech ingredients are becoming more common in beauty products, with companies developing in the lab ingredients that replicate nature without depleting resources. Glycoproteins derived from lobsters are gaining traction, Mintel says, offering beauty benefits while supporting marine conservation. The world will remain weird One thing that many forecasts agree on is that they can’t agree on things. Everything from economic fluctuations, geopolitical shifts and the climate crisis are likely to vex us in 2025. The landscape will be volatile, with wildly divergent economic forecasts. UK bank NatWest anticipates market volatility stemming from shifts towards fiscal activism, terminal rates, and global protectionism. Nielsen, which predicts consumer behavior, believes normalized inflation levels and lower interest rates could improve consumer confidence and get us spending… but quickly adds: “However, as we have seen in frantic shifts of the recent past, these pockets of recovery can be fragile—and could evaporate as quickly as they sprout.” There’s also a split over interest rate trends worldwide. While multiple sources anticipate rate reductions, there’s uncertainty about the speed and extent of these cuts. AXA worries social tensions and movements could be a big risk to future growth, alongside climate change and geopolitical instability, while bank Allianz cautions readers about potential “disinflation hiccups” and raises concerns about the potential of geopolitical instability and cybersecurity problems in the year ahead. But consumers are more optimistic than pessimistic, says customer experience platform Disqo, with a particular Millennials, Black consumers, and “very liberal” individuals more eager for the year ahead than others. What will China do? Chinese influence will continue to rise, the reports agreed. Foresight Factory highlighted the growing popularity of Chinese brands such as Shein and Temu internationally continuing into 2025. Chinese culture could also become more influential, with trends like the celebration of Lunar New Year and the embrace of Chinese fashion and C-beauty becoming more common outside China. But China’s potential strength abroad is countered by worries of weakness at home. Geopolitical tensions, and the likelihood of tariff wars between the US and China, could impact global trade and integration, many worried. Multiple sources, from the IMF to Goldman Sachs and JP Morgan agree that China’s economic growth is slowing. Julius Bär suggested that China has entered a “balance sheet recession”, with a highly indebted private sector focused on saving rather than spending or investing. Chinese policymakers will take action to try and stimulate the economy, the forecasts believe. “There is a clear realization that exports can no longer be a reliable growth engine given the headwinds from trade tensions and tariff risks under the new US administration,” writes HSBC. Goldman Sachs estimates that US tariffs could subtract almost 0.7 percentage points from China’s growth in 2025. Invesco also highlights recent stimulus efforts, particularly in the housing market, where mortgage rate cuts aim to encourage borrowing and spending. Gen Z rules all—but is cautious “Gen Z are the ultimate entrepreneurs,” write financial consulting firm Mercer in their HR Trends for 2025 report. Youngsters cherish financial security and companies that have a demonstrated positive impact on society. Gen Z’s hope for financial security has been dubbed “muted desire” by Italian market researchers Nextatlas, and suggests a shift in consumption patterns towards more mindful spending habits. TikTok is Gen Z’s most used app, says DCDX, a Gen Z-specific research agency—which could spell trouble if it is banned in January in the United States. One tech tool they’re cautious about? ChatGPT and its ilk. Alongside other generations Gen Z is becoming more discerning about the limitations of generative AI, according to analysts Euromonitor International. Key among Gen Z’s concerns are cautions about the potential for AI-generated misinformation and its impact on job security. The oddest predictions More niche outlooks for 2025 include Bacardi’s prediction that loud nightclubs will be supplanted by more relaxed “listening bars”, where venues prioritize good music, high-quality sound systems and a laid-back experience. Futurist Jim Carroll believes cash will “have all but disappeared” by 2025, though whether “tofu tourists” (identified as an odd trend for 2025 by Lemongrass, a travel PR agency, and describing people who seek out vegan and plant-based travel experiences) will be able to pay for their egg- and dairy-free purchases using Apple Pay or Venmo in more remote areas of the world is yet to be known. They may well dig into their wallets and bring out physical cash for ugly cakes or pickle-flavored foods, both of which are pegged by social network Pinterest as key trends for next year.

How a fantasy oil train may help the Supreme Court gut a major environmental law

Even if the railway promoters win, here's why the train won’t get built.

This story was originally published by Mother Jones and is reproduced here as part of the Climate Desk collaboration. The state of Utah has come up with its share of boondoggles over the years, but one of the more enduring is the Uinta Basin Railway. The proposed 88-mile rail line would link the oil fields of the remote Uinta Basin region of eastern Utah to national rail lines so that up to 350,000 barrels of waxy crude oil could be transported to refineries on the Gulf Coast. The railway would allow oil companies to quadruple production in the basin and would be the biggest rail infrastructure project the U.S. has seen since the 1970s. But in all likelihood, the Uinta Basin Railway will never get built. The Uinta Basin is hemmed in by the soaring peaks of the Wasatch Mountains to the west and the Uinta Mountains to the north. Running an oil train through the mountains would be both dangerous and exorbitantly expensive, especially as the world is trying to scale back the use of fossil fuels. That’s why the railway’s indefatigable promoters, including the state’s congressional delegation, will probably fail to get the train on the tracks. However, they have succeeded in one thing: providing an activist Supreme Court the opportunity to take a whack at the National Environmental Policy Act, or NEPA, one of the nation’s oldest environmental laws. Enacted in 1970, NEPA requires federal agencies to consider the environmental and public health effects of such things as highway construction, oil drilling, and pipeline construction on public land. Big polluting industries, particularly oil and gas companies, hate NEPA for giving the public a vehicle to obstruct dirty development projects. They’ve been trying to undermine it for years, including during the last Trump administration. Last week, when the Supreme Court heard oral arguments in Seven County Infrastructure Coalition v. Eagle County, former Solicitor General Paul Clement channeled those corporate complaints when he told the justices that NEPA “is designed to inform government decision-making, not paralyze it.” The statute, he argued, had become a “roadblock,” obstructing the railway and other worthy infrastructure projects through excessive environmental analysis. “NEPA is adding a juicy litigation target for project opponents,” Clement told the court.   But NEPA has almost nothing to do with why the Uinta Basin Railway won’t get built. “The court is doing the dirty work for all of these industries that are interested in changing our environmental laws,” Sam Sankar, a senior vice president at Earthjustice, said in a press briefing on the case, noting that Congress already had streamlined the NEPA process last year. Earthjustice is representing environmental groups that are parties in the case. “The fact that the court took this case means that it’s just issuing policy decisions from the bench, not deciding cases.” The idea of building a railway from the Uinta Basin to refineries in Salt Lake City or elsewhere has been kicking around for more than 25 years. As I explained in 2022, the basin is home to Utah’s largest, though still modest, oil and gas fields: Locked inside the basin’s sandstone layers are anywhere between 50 and 321 billion barrels of conventional oil, plus an estimated 14 to 15 billion barrels of tar sands, the largest such reserves in the U.S. The basin also lies atop a massive geological marvel known as the Green River Formation that stretches into Colorado and Wyoming and contains an estimated 3 trillion barrels of oil shale. In 2012, the U.S. Government Accountability Office reported to Congress that if even half of the formation’s unconventional oil was recoverable, it would “be equal to the entire world’s proven oil reserves.” Wildcat speculators, big oil companies, and state officials alike have been salivating over the Uinta Basin’s rich oil deposits for years, yet they’ve never been able to fully exploit them. The oil in the basin is a waxy crude that must be heated to 115 degrees to remain liquid, a problem that ruled out an earlier attempt to build a pipeline. The Seven County Infrastructure Coalition, a quasi-governmental organization consisting of the major oil-, gas-, and coal-producing counties in Utah, has received $28 million in public funding to plan and promote the railway as a way around this obstacle. The coalition is one of the petitioners in the Supreme Court case. “We don’t have a freeway into the Uinta Basin,” Mike McKee, the coalition’s former executive director, told me back in 2022. “It’s just that we have high mountains around us, so it’s been challenging.” Of course, there is no major highway from the basin for the same reason that the railway has never been built: The current two-lane road from Salt Lake City crests a peak that’s almost 10,000 feet above sea level, which is too high for a train to go over. So the current railway plan calls for tunneling through the mountain. But going through it may be just as treacherous as going over it. Inside the unstable mountain rock are pockets of explosive methane and other gases, not all of which have been mapped. None of this deterred the Seven County coalition from notifying the federal Surface Transportation Board, or STB, in 2019 that it intended to apply for a permit for the railway. The following year, the board started the environmental review process, including taking comments from the public. In December 2021, the STB found that the railway’s transportation merits outweighed its significant environmental effects. It approved the railway, despite noting that the hazards from tunneling “could potentially cause injury or death,” both in the railway’s construction and operation. It recommended that the coalition conduct some geoengineering studies, which it had not done. Among the many issues the board failed to consider when it approved the project was the impact of the additional 18 miles of oil train cars that the railway would add to the Union Pacific line going through Colorado, including Eagle County, home to the ski town of Vail. Along with creating significant risks of wildfires, the additional trains would run within feet of the Colorado River, where the possibility of regular oil spills could threaten the drinking water for 40 million people. The deficiencies in the STB’s environmental impact statement prompted environmentalists to ask the D.C. Circuit Court of Appeals to review the STB decision, as did Eagle County. Read Next Can you tell if a ‘bomb train’ is coming to your town? It’s complicated. John McCracken In August 2023, the appeals court invalidated the STB’s approval of the railway. Among the many problems it found was the STB’s failure to assess “serious concerns about financial viability in determining the transportation merits of a project.” A 2018 feasibility study commissioned by the coalition itself had estimated that the railway would cost at least $5 billion to construct, need 3,000 workers, take at least 10 years to complete, and require government bond funding because the private sector had little incentive to invest in the railway.   As Justin Mikulka, a research fellow who studies the finances of energy transition at the New Consensus think tank, told me in 2022, “If there were money to be made, someone would have built this railroad 20 years ago.” The appeals court was also skeptical that the railroad had a future: “Given the record evidence identified by petitioners — including the 2018 feasibility study — there is similar reason to doubt the financial viability of the railway.” Indeed, the plan approved by the STB claims the railway construction would cost a mere $2 billion, to be paid for by a private investor. So far, however, only public money has gone into the project. The private investor, which is also one of the petitioners in the Supreme Court case, is a firm called DHIP Group. When I wrote about the railway in 2022, DHIP’s website showed involvement in only two projects: the Uinta Basin Railway and the Louisiana Plaquemines oil export terminal, which had been canceled in 2021. Today, the long-dead Louisiana project is still listed on its website, but the firm has added a New York state self-storage facility to its portfolio — a concrete box that’s a far cry from a complex, multibillion-dollar infrastructure project. DHIP’s website also touts its sponsorship of the Integrated Rail and Resources Acquisition Corporation, a new company it took public in 2021 with a $230 million IPO. But in a March 2024 SEC filing, the company disclosed that the New York Stock Exchange had threatened to delist it, because in the three years since the IPO, it has done … nothing. (The company has managed to hang on.) Environmental concerns notwithstanding, DHIP seems unlikely to come up with $2 billion to build the railway. A spokesperson for DHIP did not respond to a request for comment. Even if environmentalists had never filed suit to block it, the railway probably would have died under the weight of its own unfeasibility. Instead, the Seven County coalition appealed the decision to the Supreme Court, arguing that the appeals court had erred when it required the STB to study the local effects of oil wells and refineries that it didn’t have the authority to regulate. In July, the Supreme Court agreed to take the case. Now the court stands poised to issue a decision with much broader threats to environmental regulation by considering only one question raised by the lower court: Does Supreme Court precedent limit a NEPA analysis strictly to environmental issues that an agency regulates, or does the law allow agencies to weigh the wider impacts of a project, such as air pollution or water contamination, that may be regulated by other agencies? During oral arguments in the case, liberal Justice Sonia Sotomayor expressed frustration with Clement’s suggestion that the court prevent NEPA reviews from considering impacts that were “remote in time and geography.” She suggested that such an interpretation went against the heart of the law, noting, for instance, that if a federal agency allowed a car to go to market, “it could go a thousand miles and 40 states away and blow up. That’s a reasonably foreseeable consequence that is remote in geography and time.” A federal agency, she implied, should absolutely consider such dangers. “You want absolute rules that make no sense,” Sotomayor told Clement. Sotomayor seemed to be alone, however, in her defense of NEPA, and the majority of the other seven justices seemed inclined to require at least some limits to the statute. (Justice Neil Gorsuch recused himself from the case because his former patron, Denver-based billionaire Philip Anschutz, had a potential financial interest in the outcome of the case. His oil and gas company, Anschutz Exploration Corporation, has federal drilling leases in Utah and elsewhere and also filed an amicus brief in the case.) While the justices seemed inclined to hamstring NEPA, such a ruling would be a hollow victory for the Utah railway promoters that brought the case. When the appeals court voided the STB decision approving the railway, it cited at least six other reasons it was unlawful beyond the NEPA issue. None of those will be affected by a Supreme Court decision in the Seven County coalition case. The STB permit will still be void, and the oil train will not get out of the station. There will be winners in the case, however, most likely the big fossil fuel and other companies whose operations would benefit from less environmental scrutiny, should the court issue a decision reining in NEPA. For instance, the case could lead the court to strictly limit the extent of environmental harms that must be considered in future infrastructure projects, meaning that the public would have a much harder time forcing the government to consider the health and environmental effects of oil and gas wells and pipelines before approving them. “This case is bigger than the Uinta Basin Railway,” Earthjustice’s Sankar said. “The fossil fuel industry and its allies are making radical arguments that would blind the public to obvious health consequences of government decisions.” The court will issue a decision by June next year. This story was originally published by Grist with the headline How a fantasy oil train may help the Supreme Court gut a major environmental law on Dec 22, 2024.

Texas regulators shelve an electricity market reform proposal they say does too little to shore up grid

The Public Utility Commission found that the performance credit mechanism, a financial tool the Legislature capped at $1 billion, would only marginally improve reliability of the state power grid.

Sign up for The Brief, The Texas Tribune’s daily newsletter that keeps readers up to speed on the most essential Texas news. The Public Utility Commission on Thursday shelved the performance credit mechanism, a controversial idea that was designed to bring more power onto the state grid and increase its reliability. “I don’t believe that the PCM, as currently designed, will provide the reliability benefits needed in the ERCOT market,” PUC Chair Thomas Gleeson wrote in a Dec. 18 memo that the rest of the commission endorsed on Thursday. The performance credit mechanism represented a complex change to the way Texas’ electricity market works. The idea would have required electricity providers — the companies, co-ops and municipal utilities that sell power to people — to pay more to generators that committed to having electricity available when grid conditions get tight. Electricity providers then could have passed those extra costs onto consumers. The goal was to incentivize companies to build more of what are known as dispatchable power facilities. Dispatchable power sources, such as natural gas, nuclear and coal-fired plants, can turn on any time and fill in the gaps in supply when demand for power is high — unlike renewable sources that depend on sun and wind. Amid concerns that the tool would lead to skyrocketing electricity bills without guaranteeing greater reliability, the Legislature last year imposed a $1 billion cap on how much it could cost consumers. That cap, according to the Electric Reliability Council of Texas, which manages the state grid, was the parameter that “most significantly limits the effectiveness of the PCM.” ERCOT and an independent market monitor found this year that with the $1 billion limit, the proposal would have only minimally improved the grid’s reliability, estimating that it would lead to an extra 780 megawatts of generation — far short of the 10,000 megawatts needed to meet the state’s reliability standard. The most important Texas news,sent weekday mornings. A coalition of consumer advocates, oil and gas lobbyists and environmental activists had demanded the cost limit to protect consumers from higher electricity bills. Companies that operate gas-fueled power plants had opposed a cap, saying it would reduce or kill the effectiveness of the credits. The PUC on Thursday pointed to other mechanisms that commissioners said would do more to increase reliability. “While reconsideration of the PCM may be appropriate in the future,” Gleeson wrote in his memo, “at this point I believe our collective resources are best directed toward implementing other market design initiatives.” Those measures include tools to streamline how ERCOT procures power and a new ancillary services program that can offer power to smooth out uncertainty on the grid. In August, the PUC adopted a grid reliability standard that said a major power outage due to inadequate power supply could take place no more than once every decade on average; any outage must last less than 12 hours; and the amount of power lost during any hour of an outage could not exceed the level that could be safely rotated through rolling blackouts. Beginning in 2026, ERCOT must conduct an assessment every three years of whether the system is meeting the reliability standard — an opportunity, the PUC said, to evaluate the effects of changes implemented by the agency and the Legislature since Winter Storm Uri in 2021 and to consider any other measures that may be needed.

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